En días neblinosos de otoño e invierno, allá por cuando tenía entre 10 y 12 años, a veces los alrededores del pueblo se transformaba en un escenario de caza para nosotros los niños. La mayoría de mis amigos de entonces y yo, salíamos, armados con gomeras (alguna escasa vez, con rifle de aire comprimido) a cazar palomas.