Recorríamos los campos con dos de mis primos, y a mi me tocaba bajarme para abrir la cimbra esta vez, pero cuando lo hice, mi mano aferro un picaporte y no la madera rustica que debía ser.
Así fue que abrí de par en par aquella puerta, y quedé frente a un comedor, con algunas mesas desparramadas, y algunos ancianos mirándome como si no entendieran que hacía yo allí.