domingo, 14 de septiembre de 2025

Anosognosia...

 Recorríamos los campos con dos de mis primos, y a mi me tocaba bajarme para abrir la cimbra esta vez, pero cuando lo hice, mi mano aferro un picaporte y no la madera rustica que debía ser.

Así fue que abrí de par en par aquella puerta, y quedé frente a un comedor, con algunas mesas desparramadas, y algunos ancianos mirándome como si no entendieran que hacía yo allí.

Tan lentamente como mis pesadas y adoloridas piernas me lo iban permitiendo, fui caminando hacia ellos. Un morocho joven, con una sonrisa apacible se me fue acercando, supongo que es algún tipo de enfermero o encargado, y me saco de la cabeza la pantalla de un velador que llevaba puesto a modo de galera.

-Vení por acá- me dijo- Sentate que están sirviendo a la comida.

No entendía nada, ¿será esto un mal sueño?, pero es demasiado real como para ignorarlo…

De repente veo mi reflejo en el metal pulido de la bandeja de acero en que traen la comida, y me desconozco. Es la imagen de un anciano, muy parecido a mi… cada vez entiendo menos…

Otra vez me encuentro en aquel campo, esta vez con mi abuelo. Estoy caminando hacia la paraisada pisando la tierra arada, y hablando de la vida.

La brisa matutina se siente “rara”, pesada, rancia. No es ese olor a tierra húmeda y aire limpio, sino mas bien un olor a encierro, muerte y soledad.

-Sentate abuelo, ¿adónde vas? - me dice una voz- mira que te sirvieron pollito, ¿queres que te lo corte yo?

La mano de una joven y bella mujer toma la mía y me ayuda a acomodarme en mi sitio.

Por la puerta abierta que da a un patio interno, la veo a Carla, aquella genial bailarina y coreógrafa con la cual tenemos años de una linda amistad. Me paro y voy hacia ella, pero un detalle me asombra, está fumando. Carla no fuma.

Cuando me ve venir, deja de lado un poco su cigarrillo para prestarme atención.

Me abaraja con una sonrisa amplia y genuina.

- ¿qué pasa abuelo? - ¿abuelo? ¿A mí?

De pronto la mano de la joven mujer que se ofreciera a cortar mi comida, me toma de la mía.

-Disculpe Doctora- dice dirigiéndose a Carla- hoy está bravo Don Edgardo.

¿Abuelo?, ¿Don Edgardo?, ¿Doctora? Carla mi amiga… ¿qué está pasando?

Ella le hace un gesto como pidiendo se despreocupe, y le dice por lo bajo que ella se encarga.

-Carla ¿qué pasa?, ¿qué hago acá?, ¿Dónde estoy?, ¿Por qué estamos acá?

Con la paciencia de una madre, me ayuda a sentarme en uno de los sillones a su lado. Apaga su cigarrillo y se sienta al lado mío.

- ¿Sabes qué día, o que fecha es hoy? - Su pregunta me sorprende

Vanamente trato de encontrar una respuesta acorde, pero me frustro al darme cuenta no se un montón de respuestas a ello.

 

Niego con la cabeza, a la vez que comienzo a ponerme cada vez más nervioso.

-Hoy es martes. Martes 11 de Julio

- ¿De qué año? - me apresuro a preguntar

Ahora la sorprendida pareciera ser ella.

-2057- como única, seca y tajante respuesta.

-No puede ser… ¿Cómo 2057?, si yo estaba con Sebastián y Ariel en el campo y tengo… ¿cuántos?, ¿12? ¿14 años?

Suspira como tratando de encontrar las palabras justas, supongo.

-Sé que a veces puede sentirse un poco confuso, La razón por la que estamos aquí es porque su memoria a veces falla y a su familia le preocupa. ¿Podría contarme cómo se siente cuando eso pasa? ¿Lo nota?

- ¿mi familia?... pero, ¿Dónde estoy?

Toma mi mano suavemente y me mira a los ojos.

-Su familia está bien, Don Edgardo. Están al tanto de que está aquí y estamos trabajando juntos para ayudarle. Piense en este lugar como una especie de ayuda para que se sienta más tranquilo y seguro. Sé que esto es muy confuso. Lo entiendo. Pero no se preocupes por el lugar, aquí está bien y a salvo. Lo único que importa ahora es que se sienta tranquilo. ¿Me permite un momento para que lo revise?

Asiento con la cabeza, mientras mi mente inútilmente trata de averiguar de que se trata todo esto, de repente mil recuerdos comienzan a pasar de repente frente a mí, como si de una pantalla de cine se tratara. El olor a pollo al horno que llega desde el comedor contiguo me abre el apetito.

De repente mi mente se centra en el recuerdo de un pequeño niño, un gringuito cara de pícaro que me lleva de la mano por una vereda.

- ¿Y Agustín? - pregunto, casi sin saber a ciencia cierta de quien estoy hablando.

Carla levanta las cejas, y detiene por un momento la lapicera que pasaba frente a mis ojos pidiéndome que la siga con la mirada. Baja la mano y me mira con una expresión suave, casi de sorpresa.

-Agustín... ¿Sabe quién es Agustín, Don Edgardo? ¿Le gustaría contarme un poco sobre él?

Mi vista se fija en sus ojos por un momento, y otra vez ese desasosiego…

Como explicar que el nombre Agustín era un eco. Un eco de algo muy grande, de risas, quizás de tierra, de abrazos, de risas y palabras, pero la imagen no estaba. Solo había un vacío, una ausencia que pesaba.

Negué con la cabeza una y otra vez, como si el movimiento pudiera sacudir la respuesta de mi cerebro. Agustín... Agustín... murmuré, saboreando el nombre, intentando que me dijera algo.

-Agustín... es su nieto, Don Edgardo. Es el señor que viene a verlo todos los viernes…

El eco de las palabras de la doctora resonó en mi cabeza. "Agustín... es su nieto."

Mi mente, que por un instante había parecido una radio que por fin sintonizaba una estación clara, se volvió a llenar de estática. El Agustín que yo recordaba de a ratos, era un gringo cara de pícaro que me llevaba de la mano por una vereda. Sentí el calor de su pequeña mano en la mía. Escuché su risa cristalina. Vi sus ojos curiosos mirando a cada bicho que se cruzaba en el camino.

Pero las palabras de Carla trajeron otra imagen, una nueva y extraña que intentó superponerse a la que yo conocía. ¿Un nieto? La cara de aquel hombre que me miraba con ojos cansados, con arrugas en la frente que yo no recordaba, con una estatura de adulto... no podía ser el mismo niño. Me pareció una mentira cruel, un truco para confundirme.

Sentí una punzada en el pecho. Mis sienes comenzaron a latir, como si algo intentara escapar de mi cráneo.

-"No"- murmuré, con la voz áspera y baja. -"No... Agustín es un niño."

Levanté mis manos, pesadas y temblorosas, y las apoyé en mi cabeza. El esfuerzo de mi cerebro por conciliar esas dos imágenes era demasiado. El recuerdo del niño era tan real, tan tangible, que este "nuevo" Agustín parecía una fantasía. Esos viernes que venía a verme... ¿De qué hablaba? ¿Quién era ese hombre del que hablaba la doctora? La rabia me invadió, un calor que me subió por el cuello. La rabia de no saber, de no entender, de sentir que algo vital me había sido robado.

El rostro de la doctora se fue volviendo borroso, sus palabras se transformaron en un zumbido distante. El brillo de la lapicera en su mano se desvaneció. La pesadez de mis piernas regresó con más fuerza.

El olor a pollo al horno, que había abierto mi apetito, ahora me revolvía el estómago. Ya no sentí más que esa angustia, ese vacío de un recuerdo que ya no me pertenecía.

 

Me senté de golpe en la cama, tratando de resolver que parte era real y que parte era un sueño, si estar sentado en aquella cama era el sueño propiamente dicho y lo demás fue lo real, si el campo y mis primos, si la doctora y Agustín… pero, ¿qué?

 

Me fui al baño y me senté un rato en el inodoro… afuera el mundo transcurría fiel a lo que debía ser. Mi mente estuvo un par de minutos turbada por aquel sueño tan vivido, tan real…

Me lave y seque la cara, a fin de despejarme un poco… y me fui nuevamente a la cama.

Silvana dormía tranquilamente y a sus pies, Livia la gata, bostezaba mientras me miraba a ver que hacía. Me volví a sentar un rato en la cama con el miedo ilógico de no entender que era lo real, y que era lo soñado…

Cuando me acosté finalmente, me abrace a mi pareja, y entonces me permití que el sonido de su propia respiración lograra calmarme un poco. Confieso que tenía muchísimas ganas de llorar…

Como puede un sueño, algo que jamás sucedió, me afecte tanto, al punto que son las 13 hs de este día, y aun me encuentre acá, refiriéndote aquello que acabas de leer….