domingo, 28 de septiembre de 2025

Al MAESTRO Miguel..."el loco"...

 

JAMAS, he tenido “ídolos” en mi vida… la idea de la idolatría, en sus diversas formas, plantea una compleja relación entre la admiración y la dependencia emocional. Desde una perspectiva filosófica y psicológica, podemos entender que la tendencia humana a elevar a ciertas figuras como "ídolos" es un reflejo de la necesidad de pertenencia, guía y validación. Sin embargo, esta fascinación por la figura del otro, al llevarse al extremo, puede derivar en una especie de sustitución de nuestra propia autonomía por la imagen de la persona idolatrada. En lugar de buscar la sabiduría dentro de uno mismo, uno se entrega al juicio ajeno, perdiendo gradualmente la capacidad de tomar decisiones autónomas o de desarrollar una identidad sólida.

Desde una mirada crítica, la idolatría también puede ser vista como una forma de "abdicación" de la libertad, pues pone en el pedestal a un ser humano, con todas sus imperfecciones, y lo convierte en un modelo casi inalcanzable. Este proceso, si se lleva a cabo sin discernimiento, puede generar una presión psicológica abrumadora, donde la figura idolatrada se convierte en un ideal absoluto que distorsiona las expectativas de la realidad. Además, la obsesión por esa figura puede generar un vacío existencial, al no permitir que la persona se reconozca y se valore por sí misma, sino por su relación con un otro idealizado. En este sentido, la idolatría es peligrosa, pues obstaculiza el desarrollo de una identidad auténtica y la exploración del verdadero potencial humano, que solo se puede descubrir cuando uno se acepta y comprende en su totalidad.

Lo que si he tenido a lo largo de este medio siglo de vida, son personas a las cuales admiré/admiro muchísimo, no por sus perfecciones ni por su capacidad para reflejar un ideal inalcanzable, sino por su humanidad, por sus luchas, sus aprendizajes y su autenticidad. Estas personas no ocupan un pedestal, ni se convierten en figuras infalibles, sino que se presentan como seres complejos, con virtudes y defectos, con historias que resuenan con mi propia experiencia. Es una admiración que no busca la sumisión ni el sacrificio de mi autonomía, sino una fuente de inspiración para el desarrollo personal, un faro que señala direcciones posibles, sin imponer ninguna como la única.

En este sentido, la verdadera admiración no es una forma de idolatría, sino una apertura a reconocer lo que cada ser humano tiene de valioso, sin perder de vista la capacidad de reconocer mis propios recursos internos. Estas personas, al contrario de los ídolos, son testigos de la imperfección, de la falibilidad humana, lo que las hace aún más accesibles y, por lo tanto, más poderosas como modelos de crecimiento. La admiración saludable no busca la transformación en una copia de otro, sino el entendimiento de que dentro de cada uno yace el potencial de evolucionar, de aprender de los demás sin perder el rumbo de nuestra propia existencia. De esta forma, la admiración genuina contribuye al auto descubrimiento y al fortalecimiento de la identidad personal, mientras que la idolatría, al contrario, puede desviarnos de esa búsqueda fundamental de ser lo que realmente somos.

Uno de los grandes ejemplos de admiración que ha marcado mi vida es, sin lugar a dudas, mi maestro de cocina, el Sr. Miguel Fortunatto. Durante los años en los que fui su alumno, no solo aprendí técnicas culinarias, sino que absorbí una filosofía de vida que nunca dejé atrás: la pasión por la excelencia, el respeto por el oficio y sobre todo, la constante búsqueda de mi superación. Fue un hombre que no solo enseñaba el arte de cocinar, sino valores fundamentales que, en su momento, parecían ser parte intrínseca de su ser. Y, por supuesto, nunca imaginé que la vida me daría la oportunidad de reencontrarlo tantas décadas después, cuando la nostalgia y el deseo de revivir aquella etapa se habían convertido en recuerdos difusos, pero profundamente significativos.

El reencuentro con él fue una de esas benditas sorpresas que la vida tiene reservadas para quienes siguen buscando. La alegría y la emoción que sentí al verlo nuevamente, tan lleno de energía, tan pleno en su vocación, fue indescriptible. No solo me emocionó saber que seguía en actividad, sino que el hecho de que mantuviera su inquebrantable compromiso con la excelencia en todo lo que hacía, me confirmó que algunas personas tienen una capacidad admirable para mantenerse fieles a su esencia, sin importar el paso del tiempo. El MAESTRO (así, en mayúsculas) no solo se dedica a cocinar, sino que sigue siendo un referente de lo que significa ofrecer lo mejor de uno mismo en cada acción, un faro que ilumina el camino de aquellos que tenemos el privilegio de aprender de él. Verlo tan activo, tan entregado, me llenó de un profundo respeto y gratitud, y me recordó que las verdaderas pasiones no se apagan con los años, sino que se intensifican, se refinan y se perpetúan.

Su capacidad para seguir ofreciendo lo mejor de sí, incluso después de tantos años, me conmueve y me inspira a seguir luchando por la excelencia en todo lo que hago. Es un recordatorio vivo de que la verdadera grandeza reside en la autenticidad, en la persistencia y en el amor por lo que se hace. Ojalá más encuentros como este se den en la vida, pues personas como él son las que dejan una huella imborrable, no solo en el conocimiento, sino en el alma misma de quienes tenemos el privilegio de cruzarnos en su camino.