Cada vez, entiendo menos a la gente... es un misterio que ni los filósofos más grandes podrían desentrañar, o al menos, no los que viven por acá cerca.
Aparentemente, y recalcaré aparentemente porque, como bien se sabe, "La realidad es subjetiva en función de nuestros propios intereses" (y mis intereses, créanme, no incluían esta performance callejera), he cometido algún "pequeño error conductivo". (Pues uno no está exento de cometer pequeños deslices, claro)
Quizás una frenada imperceptible, un parpadeo demasiado largo, un pensamiento fugaz sobre si cenaría pizza o empanadas... ¡uno nunca sabe qué gatilla la ira divina en estos tiempos!
Lo cierto es que, de la nada, un tipo comenzó a gritarme. Pero no un grito cualquiera, no un "¡che, pibe, se te cayó algo!". No, esto era una auténtica ópera de improperios, una sinfonía de barbaridades con una coreografía bastante particular: el caballero en cuestión venía gritándome desde Aristóbulo y Gorriti, que frene, que pare, que me baje... y asegurándome que me iba a cagar a trompadas...
Sí, leyeron bien. Cag...a trompadas, y un montón de improperios más, a los cuales por convicción y por ser una persona no beligerante... hice caso omiso a su repertorio de amenazas e insultos.
La verdad es que no fue hasta que llegamos al semáforo de Galicia y Aristóbulo que el concierto de gritos cesó. Supongo que el cambio de luces, o quizás el cansancio de tanta vocalización, le dio un respiro.
Fue ahí, en la quietud de la pausa del tráfico, cuando finalmente decidí que era un buen momento para que la situación regresara a la normalidad.
Paré, y con la paciencia de un santo y la curiosidad de un antropólogo, le permití, con toda la cortesía del mundo, que se bajara de mi capot y recuperara su bicicleta del techo de mi auto.
Ni un "gracias", ni un "disculpe las molestias". Solo un gruñido final, un par de puteadas más y la imagen que me devolvían los retrovisores, de él intentando pedalear furiosamente siguiéndome hacia el horizonte, como si yo hubiera sido el que le arruinó el día, y no al revés.
Y es en momentos como estos cuando uno no puede evitar exclamar, con una mezcla de resignación y asombro:
¡LA GENTE ESTÁ CADA DÍA MÁS LOCA… LO PARIÓ!