Anoche, tipo 11, las chicharras en los montes que rodean el pueblo parecían haberse reunido para dar un concierto nocturno impresionante, digno de una orquesta sinfónica en plena apoteosis. No sé si fue la intensidad del sonido o el eco de la naturaleza haciéndome pensar que, tal vez, este pueblo entero estaba a punto de ser invadido por una banda de rock de insectos, pero de alguna manera todo me envolvía en una atmósfera tan surrealista como imparable. Como si el silencio, ese antiguo compañero de las noches, hubiera decidido hacer una pausa y dejar a las criaturas de la noche tomar el escenario.