La idea de este escrito surge de algo que leí esta misma tarde, y que me pareció fantástico...
Freud afirmaba que las coincidencias no existen. Según él, cuando nos encontramos con alguien por pura casualidad, en realidad es porque esa persona ya había estado en nuestro campo de visión, aunque tal vez de manera inconsciente, apenas perceptible, como un destello al rabillo del ojo. Un instante fugaz, algo que no prestamos atención en su momento, pero que de alguna forma se quedó grabado en nuestro subconsciente, esperando a ser recordado y reconocido cuando fuera el momento adecuado. El misterio, en su visión, no estaba en el azar, sino en el hecho de que todo lo que ocurre está conectado de una manera profunda y significativa, más allá de lo que somos capaces de comprender al principio.
Quizás eso es lo que ocurre con esta extraña sensación que provocan algunas presencias. Tal vez, en algún rincón del pasado, en una vida anterior o en una dimensión temporal que no logramos recordar con claridad, ya se cruzaron sus caminos. El destino, como un hilo invisible, se encargó de entrelazarlos de alguna forma, permitiendo que sus vidas se rozaran y se dejaran una marca sutil. Algo quedó pendiente, algo que ahora, sin poder explicarlo del todo, sigue ejerciendo una poderosa atracción.
El caso es que la necesidad de encontrarse nuevamente es inevitable. No importa cuántas veces el destino los cruce en el camino, siempre quedará ese impulso de seguir intentando, de seguir buscando hasta que, finalmente, todo encaje. Puede que no se trate solo de una mera coincidencia, o de un juego del azar. No, quizás sea algo mucho más profundo que eso, un llamado que resuena desde lo más profundo de sus ser, algo que ni el tiempo ni las circunstancias pueden borrar.
Lo único claro es que el deseo de seguir explorando ese vínculo permanece, como una fuerza que no puede ser ignorada. Y aunque la explicación de por qué sigue siendo tan poderoso es un misterio, lo cierto es que la convicción de seguir buscando ese encuentro persistirá. No se trata solo de un momento, ni de un azar pasajero. Es el deseo de continuar caminando juntos hasta que, tal vez, en algún momento futuro, se encuentren en el lugar donde las piezas finalmente encajen y puedan ser completos el uno para el otro.