Anoche, me permití el lujo de ver video que, contra todo pronóstico, me dejó pensando durante horas. Un grupo de jóvenes, apenas saliendo de la adolescencia, debatían con pasión sobre cuestiones filosóficas que muchos adultos esquivan.
Este grupo de jóvenes, con la chispa característica de su edad, había sido invitado a una biblioteca para compartir sus reflexiones filosóficas. Era evidente que no estaban ahí por casualidad: todos ellos habían participado en jornadas, conocidas como olimpiadas filosóficas, y habían trabajado en proyectos prácticos que conectaban las ideas con la vida cotidiana.
Lo que más me impactó fue la forma en que aterrizaban conceptos complejos en su propia realidad. Hablaban (según mi propia interpretación de lo oído) de lo que entendemos como libertad sartreana, pero no en abstracto, sino en cómo eso les hacía repensar sus elecciones diarias: qué estudiar, a quién amar, qué batallas librar. Al final, uno de ellos dijo algo que se me quedó grabado:
“La filosofía no es para entender el mundo, sino para vivir mejor en él.”
Y ahí entendí por qué me había gustado tanto el video. No son filósofos consagrados, ni pretendían serlo. Eran chicos que, en lugar de dejarse arrastrar por la inercia de lo cotidiano, decidieron hacerse preguntas. Tal vez no tenían todas las respuestas, pero eso no les importaba. Y, viéndolos, me di cuenta de que a mí tampoco debería.
Mis más sinceras felicitaciones....