Y un buen día la abuela decidió irse a volar por los campos florecidos de Saturno, visitando Marte y Júpiter en su migrar, charlando con los peces y elefantes que volaban a su lado.
Se fue a comer la mazamorra de su abuela, y a jugar a la rayuela, saltando de nube en nube, escondiéndose de todos y de nadie… porque ya no recordaba las caras ni los nombres, pero en su vuelo, todos eran amigos, y todo le parecía cercano y acogedor.