Hay días en los que me siento como un actor atrapado en una obra que ya no quiero interpretar. La rutina, esa vieja conocida, me abraza con una familiaridad que debería ser reconfortante, pero que ahora solo me ahoga. Me levanto, voy al trabajo, regreso a casa, ceno en silencio, y vuelvo a empezar. Es una vida cómoda, lo sé. Pero la comodidad, a veces, es solo otra forma de decir resignación.