lunes, 3 de febrero de 2025

El peso de lo cómodo

Hay días en los que me siento como un actor atrapado en una obra que ya no quiero interpretar. La rutina, esa vieja conocida, me abraza con una familiaridad que debería ser reconfortante, pero que ahora solo me ahoga. Me levanto, voy al trabajo, regreso a casa, ceno en silencio, y vuelvo a empezar. Es una vida cómoda, lo sé. Pero la comodidad, a veces, es solo otra forma de decir resignación.

Mi trabajo, ese que tanto me costó conseguir, que me dio estabilidad y reconocimiento, ahora me sabe a ceniza. Las palabras que antes fluían con facilidad, ahora se atascan en mi mente como si estuvieran atrapadas en un laberinto sin salida. Escribo, sí, pero ya no siento esa chispa que me hacía creer que estaba creando algo importante. Ahora solo son palabras vacías, frases que se acumulan en páginas que nadie leerá.

Y luego está ella. Aquella con la que compartí risas, sueños y silencios. Pero los silencios ahora son diferentes. Ya no son cómplices, sino incómodos. Nos miramos y no nos vemos. Hablamos y no nos escuchamos. ¿Cuándo fue la última vez que nos reímos juntos de verdad? No lo recuerdo. Y lo peor es que no sé si es culpa mía, de ella, o simplemente del tiempo que ha ido desgastando lo que alguna vez fuimos.

A veces me siento malo. Me digo que soy un ingrato, que tengo una vida que muchos envidiarían. Un trabajo estable, una casa, una pareja que, a pesar de todo, sigue ahí. Pero luego me pregunto: ¿es suficiente con tener lo que otros desean? ¿O acaso el deseo de algo más, de algo diferente, es lo que nos mantiene vivos?

Otras veces, me justifico. Me digo que no soy yo, que son los demás. Que mi jefe no valora mi trabajo, que mi pareja ya no me entiende, que el mundo está lleno de gente que no sabe lo que valgo. Pero en el fondo, sé que esa es la voz del miedo. El miedo a admitir que tal vez soy yo quien ha dejado de valorarse, quien ha perdido la chispa que alguna vez lo impulsó a soñar.

No sé qué hacer. No sé si dejar todo atrás y empezar de nuevo, o si aguantar un poco más, esperar a que las cosas mejoren. Pero ¿y si no mejoran? ¿Y si esto es todo lo que hay? ¿Y si la vida, al final, no es más que una serie de momentos cómodos intercalados con pequeños destellos de felicidad que se desvanecen tan rápido como llegan?

No tengo respuestas. Solo preguntas. Y un malestar que no me deja en paz, que me susurra al oído que hay algo más, algo que aún no he encontrado. Tal vez sea un sueño, tal vez sea una locura. O tal vez sea simplemente el peso de lo cómodo, que poco a poco me está aplastando sin que yo me dé cuenta.

Tal vez solo sea una noche demasiado larga, y una cerveza en soledad…