sábado, 22 de febrero de 2025

Lenta y dura despedida...

 

El viejo se apaga. No de golpe, no como una llama que el viento extingue de un soplido. No. Lo suyo es más lento, más cruel. Es un desvanecerse pausado, como la brasa que se consume sin prisa, dejando apenas un resplandor tenue antes de volverse ceniza. Y yo estoy aquí, testigo impotente de su despedida, sintiendo en el pecho esa mezcla de tristeza y resignación, de dolor y gratitud.

Hay un eco en sus silencios, un peso en sus pausas. Sus manos, antes firmes, tiemblan ahora como hojas al borde del invierno. Su mirada, esa mirada que alguna vez fue refugio y guía, se pierde a veces en un horizonte que solo él parece ver. Me pregunto si en esos momentos viaja al pasado, si recorre sus días con la nostalgia de quien ya intuye el final del camino.

La muerte no llega de golpe; primero se anuncia en los detalles. En la lentitud de sus pasos, en el esfuerzo de su aliento, en la ausencia de ciertas palabras. Y yo, con el alma apretada, solo puedo acompañarlo, sabiendo que no hay mucho más que hacer. Porque la vida se nos escapa a todos, poco a poco, y lo único que nos queda es sostener la mano de los que amamos hasta que llegue la última sombra.

Recuerdo cuando su voz llenaba el lugar, cuando su risa era un puente hacia la alegría. Ahora, su voz es apenas un murmullo, su risa un eco lejano. Y, sin embargo, sigue aquí, con nosotros, sosteniéndose en la fina cuerda del tiempo. Me aferro a cada instante, a cada gesto, sabiendo que en cualquier momento el viento puede llevárselo como a una hoja desprendida de su rama.

El viejo se apaga, sí, pero deja detrás de sí una estela de memorias imborrables. Y cuando llegue el día en que ya no esté, cuando su ausencia se vuelva definitiva, me quedaré con todo lo que fue, con todo lo que aprendí de él, con todo lo que nos dio. Porque hay presencias que la muerte no borra, hay amores que el tiempo no arrastra. Y él, el viejo, será uno de ellos.

Y un día, cuando su ausencia sea lo único que nos quede, cuando el eco de su voz se haya desvanecido por completo, caminaré por esta misma casa sintiendo el peso de su sombra en cada rincón. La silla vacía, la habitación en penumbra, los pasos que ya no suenan en el pasillo. La vida seguirá, como siempre sigue, pero con un vacío imposible de llenar. Porque hay despedidas que no terminan nunca, porque hay pérdidas que nos dejan rotos para siempre.