sábado, 1 de febrero de 2025

Hermanos que me dio la vida...

 

Dicen que la vida nos da una familia al nacer, pero también nos permite elegir otra con el tiempo. Y en mi camino, dos hermanos sin lazos de sangre, pero con un vínculo forjado en vivencias, risas y cicatrices, se convirtieron en parte de mi historia. Nos conocimos por casualidad, en el trajín de mi  trabajo, pero fueron los años, las experiencias y las batallas compartidas los que nos hicieron inseparables.

La amistad verdadera no se mide en palabras grandilocuentes ni en gestos esporádicos. Se demuestra en la constancia, en la complicidad silenciosa y, sobre todo, en esos momentos donde la vida nos tambalea y necesitamos manos firmes para sostenernos. Ellos fueron esas manos cuando más lo necesité. Cuando la oscuridad se cernía y mi propia salud emocional pendía de un hilo, ellos estuvieron ahí. Sin discursos, sin falsas promesas, solo con su presencia, que a veces lo dice todo sin decir nada.

Por eso, cada encuentro con ellos es más que una reunión. Es un recordatorio de lo que fuimos, de lo que somos y de lo que, espero, seguiremos siendo. No importa si es un asado humeante o unos mates en la sobremesa; el tiempo con ellos siempre me sabe a poco. Hay noches en las que querría detener el reloj, dejar que la charla se extienda indefinidamente, que la risa se pierda en la madrugada y que el mundo espere, solo un poco más.

Pero el tiempo, ese traicionero, sigue su curso. Y nos queda el consuelo de saber que habrá más encuentros, más brasas encendidas, más brindis por los años que llevamos y los que vendrán.

Porque una amistad como esta no tiene fecha de caducidad.

Se los quiere... par de viejos fisuras...SÉPANLO