martes, 11 de febrero de 2025

No quiero mentir..

 Este escrito estaba entre los archivos del blog. Lo loco de esto, es que si bien es un pensamiento que comparto, NO RECUERDO HABERLO ESCRITO, pero... puedo suponer fue producto (quizá) de alguna noche de alcohol y su consecuente paso de factura matutina... en fin. Pasen y lean...

 

 

Desde el primer aliento, la sombra de la muerte nos sigue de cerca, paciente, sin prisa. Es una certeza inquebrantable, una compañía silenciosa que acecha en cada respiro. Y, sin embargo, la existencia no se rinde fácil. La vida no es un acto de resignación, sino una resistencia perpetua, un desafío a lo inevitable. No se trata de huir de la muerte, sino de vivir con la intensidad suficiente para que su llegada sea solo una anécdota, no un fracaso.

En este viaje, el hombre se enfrenta a muchos espejos, algunos deforman la imagen con la adulación, otros la endurecen con el juicio. Hay quienes buscan refugio en el elogio ajeno, olvidando que cada halago puede ser una brida que amarra la voluntad. Mejor es encarar la adversidad con la frente en alto que inclinarse ante palabras dulces que encierran cadenas.

El poder y la sumisión son juegos viejos, donde la confianza se intercambia por dominio. La mano que acaricia puede ser la misma que sujeta las riendas, y quien se deja llevar sin cuestionar, pronto descubre que la libertad nunca se regala, solo se toma. Es mejor caminar con pasos propios que recorrer grandes distancias con el peso de una deuda que nunca se salda.

Y así transcurre la existencia, entre preguntas sin respuesta y respuestas que cambian con el tiempo. La vida no se entiende en un instante, ni se aprende en un solo acto. Se desenvuelve como un enigma que se revela demasiado tarde, cuando el viaje ya se acerca a su fin. Irónicamente, el mayor aprendizaje es comprender que nunca terminamos de aprender a vivir.

 Quizás el mayor engaño de la vida sea hacernos creer que algún día la comprenderemos del todo. Nos pasamos los años buscando respuestas, tratando de domarla como si fuera un caballo que podemos montar a voluntad, sin darnos cuenta de que la verdadera sabiduría no está en poseer certezas, sino en abrazar la incertidumbre. Vivimos con la muerte al acecho, con elogios que pueden aprisionarnos y con deudas que no siempre son de oro, sino de alma. Y al final, cuando el último aliento se escapa, solo nos queda la pregunta: ¿fuimos dueños de nuestro camino o simplemente lo recorrimos sin darnos cuenta?