miércoles, 19 de febrero de 2025

Energia en proyección...

 

A veces me impresiona cómo las personas pueden percibir o sentir lo que no es visible a simple vista: esa energía invisible que nos envuelve, esa corriente de emociones, pensamientos y vibraciones que se transmiten incluso sin palabras.

Hoy, una huésped del hotel me hizo una observación curiosa. Me dijo que no tenía, o que no veía en mí, la misma "energía" que ayer. Su comentario me dejó pensativo, porque no es algo fácil de explicar, pero, sin embargo, todos sabemos a qué se refiere. ¿Es posible “sentir” algo sin que se vea?

Vivimos en un mundo donde las emociones y los estados internos juegan un papel fundamental en la manera en que nos relacionamos e influimos en los demás. Esa energía de la que hablaba tal vez no sea otra cosa que el reflejo de nuestras emociones, pensamientos y la vibración que emitimos en cada momento. Somos seres interconectados, más de lo que solemos reconocer. Lo que sentimos y vivimos no solo afecta nuestra percepción de nosotros mismos, sino que, de alguna manera, se irradia hacia afuera, influyendo en los demás, a veces sin que lo notemos.

La energía de una persona no es estática ni constante. Al igual que nuestras emociones, nuestros estados de ánimo cambian siempre, y eso se puede percibir. Tal vez no sea tan simple como decir que ayer teníamos una "buena" energía y hoy no. Puede ser que ayer estuviéramos más tranquilos, más centrados, mientras que hoy nuestra mente y nuestro corazón están en otro lugar, tal vez más agitados o más enfocados en algo diferente. El entorno, las interacciones y nuestros propios pensamientos modifican nuestro estado interno y, por ende, la energía que proyectamos.

Lo que más me asombra de este fenómeno es lo sutil y, a la vez, lo potente que es. Es como si, al entrar en una habitación, no solo nos encontráramos con objetos y personas, sino también con una atmósfera intangible, una energía colectiva que surge de todos los que están presentes. Y, a veces, aunque no lo digamos, nos percibimos en esa energía. Sabemos si alguien está inquieto, si alguien está pensando en algo profundo o si, simplemente, irradia una calma reconfortante. Lo curioso es que no necesitamos palabras para captar todo eso.

Es como si cada uno de nosotros fuera un microcosmos de emociones y pensamientos, y esas vibraciones se cruzaran constantemente en un juego silencioso. ¿Somos, en realidad, esa energía que proyectamos? ¿O acaso la energía que sentimos no es más que un reflejo de lo que sucede en nuestro interior en ese momento?

Lo que es seguro es que, al final, no somos seres aislados. Somos parte de un flujo constante, de una danza que nos conecta y nos transforma. Cada momento es único, y lo que hoy se siente, se percibe y se transmite no es lo mismo que ayer. Pero quizás sea justamente esa variabilidad la que hace que nuestras interacciones sean tan ricas, tan profundas, tan humanas.