martes, 18 de febrero de 2025

Volver al trabajo post vacaciones...

 

Yo imagino que debe haber tantos “rituales matutinos” como laburante yendo al yugo cada día. ¿No?

Estará el que no sale sin desayunar, el que pospone el despertador infinidad de veces, el que sorbe siete traguitos de agua antes de salir, el que no sale sin ir de cuerpo para que no le agarre en el viaje, etc., etc., etc.

En mi caso en particular (y sobre todo los días que estoy solo), me suelo sentar un par de segundos en la cama, mirando la nada misma, esperando que en ese mismo momento el mundo se detenga de golpe, y por efectos de la fuerza centrífuga salgamos todos disparados hacia el cosmos… cosa que afortunadamente no sucede, para luego comentarme mentalmente un:

-POTA VIDA- y levantarme, ya que las cuentas no se pagan solas.

Y la realidad es que a mi (creería que a nadie o casi nadie) NO ME GUSTA madrugar, o al menos levantarme temprano (que, aunque parezca lo mismo, son dos cosas completamente diferentes), y es por ello que mi primera reacción, mi primera ira matinal va dirigida hacia quien ose interrumpir mi descanso, y es entonces que prefiero que sea el despertador del teléfono y no una persona, pues con el aparato no me puedo mantener enojado, pero con la persona si… y durante muchas horas de la mañana.

Mi rutina luego es muy simple, pipí room, higiene personal, secado y cambiado, vaso con agua… y pal yugo.

Hasta ahí, venimos todo bien, el echo se empieza a complicar cuando uno debe retomar sus funciones después de su periodo de licencia…

¡¡¡Agárrate Catalina!!!

(NdE: el dicho mencionado, dicen corresponde a que en los viejos circos rioplatenses había una acróbata llamada Catalina, y antes de que realizara un número peligroso, su familia o el presentador le advertían: "¡Agarrate, Catalina!" para que no se cayera).

 

Lo que deberíamos hacer un par de días antes (y cuando digo deberíamos, debe leerse: lo que yo debería haber echo), es como PRIMERÍSIMA INSTANCIA, medirnos si nos entra la ropa.

La ecuación es (a mi entender) bastante simple:

En épocas de trabajo, me levanto, me higienizo y me voy a trabajar, almuerzo tipo 1430 hs, salgo del trabajo (suelo tener trabajos vespertinos por otra actividad propia), en el “mejor de los casos” tomo unos mates por la tarde y ceno por la noche (rutina gastronómica diaria).

Épocas vacacionales:

Me levanto, desayuno, a media mañana picasina, almuerzo (y quizá intervenga alguna “picada previa”), siesta, levantarse (si hace calor algún licuado, o frutas), media tarde, mateada con sus respectivos refuerzos de harina, ( porque el mate sin algo para morder es simplemente agua caliente con nostalgia), entre esa mateada y la noche algo se pica… y a la noche una comida como que no va a haber un mañana

Cosa de chancho Doña Rosa, espero pueda usted entender el concepto…

Nos habíamos (y sigo diciendo, debería escribir en primera persona del singular: SHO) olvidado del ODIO TAN PROFUNDO que nos (me) causa el ruido del despertador (como segunda instancia).

 Pero si aun la ropa logra cumplir su función sin hacerte parecer envoltorio de fiambre ajustado, y si el valor económico del teléfono evita que lo sacudas contra la pared cuando escuchas el sonido que te despierta… queda enfrentar el tercer gran garrón: reacondicionar el organismo al ritmo laboral. Porque si hay algo que el cuerpo entiende rápido es de joda… pero de la vuelta al yugo, ¡ay mamá!


De repente, el reloj biológico que en vacaciones se acostumbró a un ritmo relajado, con digestiones sin apuros y esos “sueñitos reparadores nivel Dios” que nos suponen nuestras siestas, se ve brutalmente reprogramado al "madrugón extremo". Y ahí es cuando la cabeza se pregunta: ¿qué necesidad, señor, qué necesidad?

Y, por supuesto, llega la etapa del duelo por los privilegios vacacionales. Durante días (o semanas, según la terquedad de cada uno), uno sigue intentando estirar los horarios como si todavía estuviera de licencia. Es ese limbo en el que jurás que vas a acostarte y dormir temprano, pero te encontrás a las 0130 a.m. viendo videos de recetas que jamás vas a cocinar. Todo mientras el despertador ya está preparando su ataque despiadado en pocas horas.

Encima, en el trabajo, no falta el entusiasta que te recibe con un “¿Descansaste?”… ¡No, insensato, no descansé, me malacostumbré a no verles las caras a ustedes! 

 (porque si algo tenemos presentes los mal llevados es precisamente eso: que nuestra felicidad depende directamente de la distancia que mantengamos con algunos colegas)

 Y ahí te ves, con el cerebro en modo avión, tratando de recordar qué hacías antes de las vacaciones y por qué todos te miran esperando que produzcas algo.

Así que sí, agarrate fuerte, que el regreso al laburo es una montaña rusa emocional donde lo único seguro es que ya estás contando los días para la próxima licencia.

 

Y si. Amerita un mas que merecido: QUE LO PARIO!!!!