sábado, 6 de octubre de 2012

Diario de un Psicopata...


Camino entre ellos. Sus voces se mezclan, insustanciales, como un murmullo de fondo. Cada gesto, cada risa forzada, cada mirada fugaz, es tan transparente para mí. No lo notan, por supuesto. Nunca lo hacen. La vulnerabilidad es tan evidente cuando sabes dónde mirar.

Lo más gracioso es que creen en el azar. Se aferran a la idea de que las cosas simplemente pasan. Una tormenta deja sin luz a su vecindario, y maldicen al destino. El hombre que sonríe ahora, con ese falso aire triunfal, no sabe que sus días de éxito ya están contados. Su socio firmará un acuerdo hoy. Lo celebrará. Y mañana, recibirá una noticia devastadora. No sospechará nada.

Pero yo lo sabré. Porque lo pergeñé.

¿O acaso fue solo una sugerencia en la conversación correcta? Un detalle sembrado con delicadeza, como quien desliza una pieza en el tablero. A veces ni siquiera tengo que tocar nada. Ellos mismos se empujan hacia el abismo. Es hermoso.

La mujer que acaba de pasar frente a mí con su perfume excesivo cree que el espejo le devuelve la imagen de alguien deseable. Lo curioso es que no nota los matices. Su ropa, sus gestos, todo cuidadosamente estudiado para recibir aprobación. Pero cuando las miradas de los otros hombres se tornen ásperas y la inseguridad le queme la garganta, ¿pensará que fue su culpa? O tal vez creerá que el mundo conspira contra ella. Nunca sospechará que una simple palabra mía, dicha a la persona indicada, desató todo.

Eso es lo fascinante. Nadie cree ser una marioneta. Cada uno está convencido de su autonomía, hasta que las cosas comienzan a desmoronarse. Un accidente en casa, una llamada inoportuna, una inversión que parecía prometedora. Todo encaja. Y si no encaja, ellos mismos ajustan la narrativa. “Qué mala suerte,” dirán.

Qué patético.

La gente no entiende que el azar es solo un disfraz. Yo soy la razón oculta detrás de sus fracasos. Y si alguna vez sospechan, lo harán con la incertidumbre infantil de quien teme a la oscuridad. Porque, ¿cómo podrían probarlo? Nadie cuestiona la verosimilitud de un simple tropiezo.

El hombre de la copa de vino me mira de reojo. Su sonrisa se congela por un segundo. ¿Intuye algo? No importa. Incluso si lo hiciera, su mente lo desecharía. La comodidad de la ignorancia es un lujo que pocos están dispuestos a abandonar.

A fin de cuentas, yo no necesito reconocimiento. Solo me basta con saber. Saber que cada grieta en su fachada de éxito, cada duda que corroe su pecho, lleva mi firma. Invisibles, como las cuerdas de un titiritero.

 

 

 

...Y yo siempre gano.