viernes, 2 de mayo de 2014
La Calesita...
No había tenido una vida fácil, nada en él era sencillo por así decirlo. A los 6 años se encontró huérfano de madre, y con un padre que lisa y llanamente lo acusaba de la temprana enfermedad de la finada... en fin.
Su dura vida en el campo se compensaba con el inmenso amor de una abuela materna y sus "correrías" (simples travesuras de a caballo) que llenaban gran parte de sus días.
Su padre (militar ya retirado), en una cena entre amigos, reconoció que hubiese preferido ir a Malvinas, y no quedarse a cuidar a sus hijos... y ese fue un carozo muy duro de digerir, una gota que venía a rebalsar un vaso de por si ya colmado.
Ese mismo día armó su bolso, puso en el unas cuantas pilchas y pronta y decididamente comenzó a caminar el mundo... solo contaba con 13 años de edad.
Su infancia y adolescencia transcurrieron en una incesante necesidad de afecto, primero de los seres a los cuales consideraba más queridos, luego de todo aquél que le "abriera el ala" para que se apichone, y le costaba mucho despedirse.
Cuando llegó por primera vez a la ciudad, absolutamente todo lo deslumbraba... lo que a todo el mundo le resultaba una obviedad, para el eran maravillosas cosas que jamás había vivido, era todo nuevo, todo lindo.
Por primera vez vio una calesita a sus 17 años, y moría por poder subirse y dar una vuelta, pero claro... no era más un niño, y la vergüenza de sentirse observado lo llevo a jamás ni siquiera intentarlo.
Luego llegó la etapa de poder servir a su patria, desde un lugar un tanto más comprometido que el simple trajinar del trabajo diario, y fue la Armada la que lo acogió como a uno de sus hijos.
En uno de sus tantos francos, acompañado de un grupo de aquellos "verdaderos amigos" que se forjan en post de poder confiarle su propia integridad de ser necesario, visitaba el Parque de Mayo de Bahía Blanca y quedaba maravillado con la belleza de la calesita allí instalada.
Como rutina había tomado estar por horas y horas sentado con los abuelos que acostumbraban a jugar al dominó al lado de la fuente y veía embobado como el girar constante de la calesita despertaba en el pasiones y deseos de querer subirse, poder girar aunque más no sea una simple vuelta y (porqué no) intentar robar esa sortija que Don Aldo tan hábilmente manejara...
Una noche (envalentonado por unas copas a las cuales no acostumbraba) saltó la valla que cercaba la calesita y estuvo a punto de poder cumplir su sueño... pero una luz en el rostro, y la inconfundible voz de quien porta brazalete negro de PM, lo hacían desistir de tamaña hazaña...
Prefirió comerse la gomeada, el calabozo y el corte de todos sus beneficios, y no pasar por la vergüenza de explicar realmente cuál era su intención primera.
La muerte de su padre (con el cuál había logrado un acercamiento con el transcurrir de sus años), de sus abuelos, de un hermano que le apareciera en la vida... y de algunos de sus mejores amigos lo terminaron de madurar de golpe.
La vida cuartelera terminaba para el, y se habría un sinnúmero de posibilidades de adulto, más cada vez se alejaba más de su sueño...
-¿Me vas a decir que jamás te subiste a una calesita abombado?- le replicaba un amigo...
-¿ y vos?... ¿alguna vez amansaste un potro?, ¿capaste un mamón?, ¿pajeriaste en los esteros buscando algún siriaco dormido?, ¿tamboreaste el lapachar esperando la salida de las viscachaz?... bueno...estamos a mano hermano...
-Pero que es lo que te hace querer subirte?
-¿La ves?, ¿Decime si no es hermosa?... se que a lo mejor vos pasas todos los días frente a ella y quizá jamás te hallas parado a observarla en detenimiento, notar como esos personajes esperan siempre con una sonrisa al próximo niño que se suba a ellos...Decime si aún así...dormida... no está cargada de "magia" y de risas...
Sus hijas le renovaban el deseo de poder acompañarlas en esas vuelta infinita que significaba la calesita... pero otra vez esa put... vergüenza que lo hacía desistir.
Esas risas contenidas, esos infantiles dibujos que acompañan a todas y cada una de ellas lo incitan a intentarlo una vez más...
Se limita a pensar que algún día, ya viejo y falto de vergüenza, pueda preguntarle al calesitero...
-Don... ¿no me deja que me suba una vueltita?...