domingo, 12 de julio de 2020

La cena del DON...


… el restaurante estaba apenas en penumbras, solamente algunas luces de los costados y la luz central continuaban encendidas.
Todas las mesas vacías, con sus copas dadas vueltas sobre ellas, demostrando el fin de una apacible jornada.
En la fonola, un viejo disco de mandolinas que lo hacían rememorar la infancia en la campiña de su Catania natal.

En el centro del salón, una mesa principal para no menos de diez comensales, casi completamente vacía a excepción de sus propios cubiertos, su cenicero, su bastón, su sombrero, su humeante plato de pasta alla trapanese y un poco más allá una cassatta a la espera de su consumo.
Allí estaba él, Emilio Espósito (el “DON” de todo el distrito norte de la costa este, desde Boston hasta Baltimore… quizá el último DON puro de todas las familias organizadas), como todos los jueves a la medianoche, desde hace un poco más de 30 años a esta fecha disfrutando de su cena, de su vino, de su música, y de su hoy soledad, pues su consiglieri, se encontraba en New York coordinando unos negocios

A tan solo unos metros, faginando algunas copas, Erick… aquél impertérrito mesero con él cuál cruza apenas una veintena de palabras todos los jueves, pero cuya conducta lo convirtió con el paso de los años en digno de su confianza.
Adivinaba afuera por entre los vidrios empañados del local la figura de “sus muchachos”, seguramente hablando del frio, la bruma, los Tigres de Detroit, los Indios de Cleveland… o vaya a saber qué.

El mesero había culminado con su trajín, y se encontraba cuadrado un poco más allá de las mesas de apoyo, con su brazo doblado y en él un repasador a modo de cristal. El DON lo observó tan solo por un momento… y se dio cuenta de que algo andaba mal…
Casi al mismo tiempo las puertas del lugar se abrían un poco menos que de par en par, para que dos parejas de “antonegra”, elegantemente vestidos, se apersonaban casi hasta el mismo lugar donde se encontraba.
   El los conocía, eran “chicos” della familiaGenovese, uno de ellos (su Capodecina) era el hijo de Liborio Vitola numerale del ya desaparecido Giuseppe “JOE”Masseria.
Comprendiendo su situación, el viejo solamente los observó y siguió degustando su cena.
El más joven de los recién llegados atinó a tomar una silla y sentarse frente a él.    UNA SOLA MIRADA, aquella misma mirada que supo dejar duro y temblando en su sitio al mismísimo Edgar Hoover, bastó para que el Capodecina, con un adusto ademán, lo hiciera deponer su actitud.  El malogrado, caminó unos metros más, tomó una silla, la hizo girar sobre sí misma y se sentó de frente, cruzando sus brazos sobre su respalda, cómo a la espera de cualquier tipo de desenlace.
El viejo se supo perdido apenas los recién llegados traspusieron la puerta, pero entendía que aún, ya con la suerte echada, merecía el debido respeto.
Vitola habló:
-Don Emilio…
El viejo no lo dejó continuar... simplemente dejó los cubiertos, levanto apenas sus manos con las palmas hacia arriba y mostrando su aún humeante plato, intentaba que su interlocutor entendiese que aún no había terminado de cenar.
El mensaje fue recibido y nadie dijo más nada.
El DON sabía que algo así podría sucederle, desde el instante que la prensa lo vinculara con la muerte de Masseria, y su manifiesta enemistad con Lucky Luciano.
Atrás habían quedado hace tiempo aquellas enemistades con los otros DONES que hicieron tambalear no solo la estabilidad de la familia por el comandada, sino que hasta había puesto en jaque al mismísimo gobierno.
Afuera se escuchaban voces en un inconfundible dialecto Italoamericano y a travez del vidrio podía ver las brasas encendidas de algunos cigarrillos… sus “chicos” no habían sido muertos ni mucho menos, sino que se trataba de una emboscada perfecta y fríamente pergeñada.

El viejo terminó de cenar, limpió su boca y sorbió el último trago de ese excelente vino que lo acompañó toda la noche.
El mesero lo miraba desde su sitio, y el DON descubrió en él…una lágrima.  Al menos alguien se sentía arrepentido de todo aquello, o era que quizá el simple mesero se sabía impotente al entender que jamás podría haber hecho nada al respecto… aunque con la familia JAMÁS se sabe.
Se incorporó tan lentamente como su pesado cuerpo y sus maltratadas rodillas se lo permitieron, uno de aquellos que le esperaban, presurosamente le acercó su tapado y lo ayudó a vestir, tal vez en un inútil gesto de demostración de respeto a quien, hasta ese momento, era uno de los DONES más representativos y poderosos de las familias organizadas, o quizá tan solo para apurar el inevitable desenlace que todos allí conocían de antemano.
El DON tomó su traba corbatas de oro con incrustaciones, lo dejó encima de la mesa como última y valiosa propina. Se calzó su sombrero, se acomodó la bufanda y tomó su bastón.
Uno de los hombres le señaló amablemente la puerta que otros dos se apersonaban a abrir.
El mesero lo miraba desde su sitio y fue el viejo quien con un gesto le pidió que se acercara, para tomar su mano entre las suyas tal vez para sentir por última vez la calidez de un apretón….

Los cinco hombres salieron a la calle en la cual dos sendos autos negros ya habían encendido sus motores, la bruma se había apoderado del lugar…
El DON se dio vuelta y echó una última ojeada al lugar… allí continuaba tan solo el mesero de pie en el medio del salón, con dos lágrimas corriendo por sus mejillas…