… el restaurante estaba apenas en penumbras, solamente algunas
luces de los costados y la luz central continuaban encendidas.
Todas las mesas vacías, con sus copas dadas vueltas sobre
ellas, demostrando el fin de una apacible jornada.
En la fonola, un viejo disco de mandolinas que lo hacían
rememorar la infancia en la campiña de su Catania natal.
En el centro del salón, una mesa principal para no menos de diez
comensales, casi completamente vacía a excepción de sus propios cubiertos, su
cenicero, su bastón, su sombrero, su humeante plato de pasta alla trapanese y un
poco más allá una cassatta a la espera de su consumo.
Allí estaba él, Emilio Espósito (el “DON” de todo el distrito norte de la costa este, desde Boston hasta
Baltimore… quizá el último DON puro de
todas las familias organizadas), como todos los jueves a la medianoche, desde hace un poco más
de 30 años a esta fecha disfrutando de su cena, de su vino, de su música,
y de su hoy soledad, pues su consiglieri, se
encontraba en New York coordinando unos negocios…
A tan solo unos metros, faginando algunas copas, Erick…
aquél impertérrito mesero con él cuál cruza apenas una veintena de palabras todos
los jueves, pero cuya conducta lo convirtió con el paso de los años en digno de
su confianza.
Adivinaba afuera por entre los vidrios empañados del local la figura de “sus muchachos”, seguramente
hablando del frio, la bruma, los Tigres de Detroit, los Indios de Cleveland… o
vaya a saber qué.
El mesero había culminado con su trajín, y se encontraba
cuadrado un poco más allá de las mesas de apoyo, con su brazo doblado y en él
un repasador a modo de cristal. El DON
lo observó tan solo por un momento… y se dio cuenta de que algo andaba mal…
Casi al mismo tiempo las puertas del lugar se abrían un poco
menos que de par en par, para que dos parejas de “antonegra”, elegantemente
vestidos, se apersonaban casi hasta el mismo lugar donde se encontraba.
El los conocía, eran “chicos” della familiaGenovese, uno de ellos (su Capodecina) era el hijo de Liborio Vitola numerale del ya desaparecido Giuseppe “JOE”Masseria.
El los conocía, eran “chicos” della familiaGenovese, uno de ellos (su Capodecina) era el hijo de Liborio Vitola numerale del ya desaparecido Giuseppe “JOE”Masseria.
Comprendiendo su situación, el viejo solamente los observó y
siguió degustando su cena.
El más joven de los recién llegados atinó a tomar una silla y sentarse frente a él. UNA SOLA MIRADA, aquella misma mirada que supo dejar duro y temblando en su sitio al mismísimo Edgar Hoover, bastó para que el Capodecina, con un adusto ademán, lo hiciera deponer su actitud. El malogrado, caminó unos metros más, tomó una silla, la hizo girar sobre sí misma y se sentó de frente, cruzando sus brazos sobre su respalda, cómo a la espera de cualquier tipo de desenlace.
El más joven de los recién llegados atinó a tomar una silla y sentarse frente a él. UNA SOLA MIRADA, aquella misma mirada que supo dejar duro y temblando en su sitio al mismísimo Edgar Hoover, bastó para que el Capodecina, con un adusto ademán, lo hiciera deponer su actitud. El malogrado, caminó unos metros más, tomó una silla, la hizo girar sobre sí misma y se sentó de frente, cruzando sus brazos sobre su respalda, cómo a la espera de cualquier tipo de desenlace.
El viejo se supo
perdido apenas los recién llegados traspusieron la puerta, pero entendía que
aún, ya con la suerte echada, merecía el debido respeto.
Vitola habló:
-Don Emilio…
El viejo no lo dejó continuar... simplemente dejó los cubiertos, levanto apenas sus manos con las palmas
hacia arriba y mostrando su aún humeante plato, intentaba que su
interlocutor entendiese que aún no había terminado de cenar.
El mensaje fue recibido y nadie dijo más
nada.
El DON sabía que algo así podría
sucederle, desde el instante que la prensa lo vinculara con la muerte
de Masseria, y su manifiesta enemistad con Lucky Luciano.
Atrás habían quedado hace tiempo aquellas enemistades con
los otros DONES que hicieron tambalear no solo la estabilidad de la familia por
el comandada, sino que hasta había puesto en jaque al mismísimo gobierno.
Afuera se escuchaban voces en un inconfundible dialecto Italoamericano
y a travez del vidrio podía ver las brasas encendidas de algunos cigarrillos… sus “chicos”
no habían sido muertos ni mucho menos, sino que se trataba de una emboscada
perfecta y fríamente pergeñada.
El viejo terminó de cenar, limpió su boca y sorbió el último
trago de ese excelente vino que lo acompañó toda la noche.
El mesero lo miraba desde su sitio, y el DON descubrió en él…una lágrima. Al menos alguien se sentía arrepentido de todo aquello, o era que quizá el simple mesero se sabía impotente al entender que jamás podría haber hecho nada al respecto… aunque con la familia JAMÁS se sabe.
El mesero lo miraba desde su sitio, y el DON descubrió en él…una lágrima. Al menos alguien se sentía arrepentido de todo aquello, o era que quizá el simple mesero se sabía impotente al entender que jamás podría haber hecho nada al respecto… aunque con la familia JAMÁS se sabe.
Se incorporó tan lentamente como su pesado cuerpo y sus
maltratadas rodillas se lo permitieron, uno de aquellos que le esperaban,
presurosamente le acercó su tapado y lo ayudó a vestir, tal vez en un inútil gesto
de demostración de respeto a quien, hasta ese momento, era uno de los DONES más
representativos y poderosos de las familias organizadas, o quizá tan solo para
apurar el inevitable desenlace que todos allí conocían de antemano.
El DON tomó su traba corbatas de oro con incrustaciones, lo dejó encima de la mesa como última y valiosa propina. Se calzó su sombrero,
se acomodó la bufanda y tomó su bastón.
Uno de los hombres le señaló amablemente la puerta que otros
dos se apersonaban a abrir.
El mesero lo miraba desde su sitio y fue el viejo quien con un gesto le pidió que se acercara, para tomar su mano entre las suyas tal vez para sentir por última vez la calidez de un apretón….
El mesero lo miraba desde su sitio y fue el viejo quien con un gesto le pidió que se acercara, para tomar su mano entre las suyas tal vez para sentir por última vez la calidez de un apretón….
Los cinco hombres salieron a la calle en la cual dos sendos
autos negros ya habían encendido sus motores, la bruma se había apoderado del
lugar…
El DON se dio vuelta y echó una última ojeada al lugar… allí
continuaba tan solo el mesero de pie en el medio del salón, con dos lágrimas corriendo por sus mejillas…