Cuento realizado por la mayor de mis hermanas, como un trabajo para su carrera de coaching... me fascinó del principio al final, y me gustaría poder compartirlo con uds....
Prólogo
“La magia solo existe para los que creen en ella,
Lo cautivante de la magia radica en los resultados inmediatos que las personas deseamos obtener ante determinadas situaciones, hechos de nuestras vidas, sin tener demasiado en cuenta que, esa inmediatez, la logran aquellos que se atreven a trabajar en ellos mismas. Porque sabemos que nuestro mundo interno es también el mundo de todo lo posible; donde la lógica, las leyes de la física, las reglas del mundo ordinario, y el modo en que percibimos la realidad, no tienen ningún efecto en él.
En el camino de la vida, y de acuerdo a cada persona y a la intención del recorrido, conectaremos con distintas energías, recursos internos, sabidurías, paisajes, geografías, personajes arque típicos, etc. donde activaremos o favoreceremos actitudes o despertaremos emociones que generarán estados anímicos, contactaremos con nuestra sabiduría interna, podremos hacer preguntas esenciales y, de acuerdo a las elecciones de acciones que elijamos en ese momento, serán los resultados que obtendremos.
En ocasiones se necesita de la compañía de otra persona, un coach que acompañe en este proceso de búsqueda, de transformación personal, para poder cambiar el observador que estamos siendo y darnos cuenta del abanico de posibilidades que tenemos adelante nuestro. Vemos en este cuento la imagen de un laberinto ya que, a veces en la vida, se nos presentan situaciones que nos lleva a estados de confusión, en las que nos podemos sentir perdidos, como buscando la salida en ese enredo. Y sabemos que existe un centro al cual hay que llegar, y desde allí poder hallar la salida, pues en ese centro está la "respuesta".
Éste es el laberinto del coloso.
En su centro está el gigante interior que anida dentro de cada uno de nosotros, y que, al lograr despertarlo, nos hará crecer y podremos observar las situaciones desde la perspectiva del poder auténtico que confiere el amor y la autoestima… porque aquellos que creen en la magia, están destinados a encontrarla.-
Érase una vez, en tierras muy muy lejanas, en el país de “Irás pero no volverás” que vivía un joven llamado Jhosef.
Era alto, esbelto, su rostro jovial, sereno, con ojos azulados de mirada profunda; su piel bronceada y cabellos ondulados. Vestía discretamente el atuendo de la región, siendo amable, apasionado, atrevido, soñador y a la vez un tanto temeroso.
El temor nacía en base a los relatos que había escuchado desde pequeño de boca de los ancianos del lugar, y que todos los habitantes de la aldea mantenían vigentes, comentándolos cada vez que podían, en cuanta reunión social o familiar se celebraba.
Esas historias contaban de lugareños que se habían aventurado a traspasar las montañas que rodeaban el valle en el cual se asentaba el poblado, y nunca más habían regresado, ni se había tenido noticias de ellos…ya que un horripilante monstruo que allí vivía, los acechaba en el camino y los hacía su víctima cuando, al llegar la noche, el sueño los vencía y decidían tomar un descanso reparador.
Lo que no quedaba muy en claro era que tipo de criatura era ese monstruo.
Unos hablaban de una especie de dragón de 3 cabezas y decían que al cercenarle una, otras 3 crecían rápidamente en su lugar. Que escupía lenguas de fuego por sus fauces y calcinaba a todo aquel que se le pusiera por delante.
Otros hablaban de una especie de serpiente gigante que llegaba silenciosa y se los devoraba, algunos más decían que era una especie de ser místico que se acercaba como un caminante y al llegar la noche se convertía en una especie de niebla densa que rodeaba todo y las personas eran absorbidas por ella… en fin, nadie se ponía de acuerdo en que era “eso” tan amenazante, dado que nadie había regresado para contarlo.
Entre medio de esas historias, Jhosef se había criado.
Él recordaba que siendo aún muy niño, un día había llegado a la aldea un caminante misterioso. Ese hombre a él lo había impactado, y no sabía bien la razón, el porqué. Quizás por eso, a través de los años, aún lo recordaba nítidamente.
Un ser muy solitario y callado, un hombre de semblante envejecido, curtido y maltratado por el sol abrazador y los vientos de la región. Cabellos canos, desordenados y enmarañados. Caminaba encorvado, como portando en su espalda el peso de todos sus años vividos,
por lo cual se dificultaba saber cuál era su verdadera estatura. Andar pausado, lento, tranquilo. Vestía una larga túnica de color claro, su desgastada y roída tela dejaba entrever que se trataba de una prenda de muchos años ya de uso. Se apoyaba en una vara larga, que sobrepasaba la altura de su hombro, y actuaba de bastón, donde apoyaba su peso para poder movilizarse. Completaba el atuendo un sombrero, tan o más viejo quizás que su túnica, que culminaba en punta y caía hacía un costado de su cabeza. Y lo acompañaba un dócil perro, que no se despegaba de él ni siquiera por un momento.
No recordaba su nombre, ni siquiera sabía a ciencia cierta si el extraño alguna vez lo había mencionado.
Lo que si recordaba era que al continuar éste el viaje, pese a las insistencias de los lugareños de que desistiera de su idea, a las advertencias de los peligros que existían del otro lado de las montañas, él, junto y sus amigos, un grupo de cinco o seis niños, habían acompañado al anciano hasta los límites de la aldea, y antes de marcharse este hombre se había vuelto, mirándolo a los ojos y tomándolo del hombro, con voz serena y firme, le había dicho:- algún día, llegado el momento, seguirás mis pasos y yo te estaré esperando.
Dicho esto dio media vuelta y se fue perdiendo en el horizonte junto a su leal compañero.
En ese momento, Jhosef que era un niño, no le dio importancia. Continúo con sus juegos infantiles y rápidamente olvidó lo ocurrido.
Y no había vuelto a recordar este hecho, hasta unas noches atrás, cuando el anciano se apareció en sus sueños e, indicándole el camino a través de las montañas le decía: -anda, ven, te estoy esperando…
Despertó sobresaltado, con una fuerza interior que lo embriagaba, lo inquietaba y lo movilizaba. Mucho tiempo le costó recobrar la calma y volver a recuperar el sueño. Los primeros rayos del sol asomaban cuando volvió a dormirse.
Y desde entonces la imagen de ese sueño se volvió recurrente.
Todas las dudas e incertidumbres se apoderaron de él. Una vorágine de sentimientos lo atravesaba diariamente.
La seguridad de su vida diaria, cotidiana. El temor ante lo desconocido. El que le producían aquellas historias que había escuchado de niño.
Una voz potente y sonora retumbaba en su cabeza:- HAZLO!!!... Y otra más débil susurraba:- ¿estás seguro? ¿Quién -o qué- te garantiza tu integridad? ¿ sabes que peligros enfrentarás?
Era como estar dividido entre el bien y el mal. Entre lo que quería hacer y lo que debía hacer. Entre ser leal a uno mismo, o ser leal a los demás. ¿Escuchaba a su voz interna, a esa fuerza que lo empujaba a actuar? ¿O seguía comportándose como los demás esperaban?
Y cansado de tanto pensar, se decidió. Optó por silenciar sus voces y escuchar “que sentía” en su corazón. Había llegado la hora, el momento que vaticinará aquel extraño caminante en su infancia…
Entre los llantos y ruegos de su madre, los débiles argumentos de sus amigos y demás familiares para evitar su partida, temeroso, dubitativo e invadido por un gran coraje, marchó hacía las montañas.
Mientras más y más se alejaba de su aldea percibía como su corazón iba acelerándose, como queriendo escapar del pecho, y deseaba volver a la tranquilidad de su cálido hogar.
Su andar firme marcaba su rumbo por delante, atrás quedaba el verde valle para ir dando paso al paisaje rústico y rocoso de las montañas.
Mucho había caminado ya, hizo un alto, decidió descansar. Unas ramas secas dispersas en el lugar le sirvieron para improvisar una pequeña fogata. Y luego de tomar unos pequeños trozos de queso y pan que llevaba en su alforja, al calor del fuego se durmió.
Cuando el sol daba los primeros albores en el cielo neutro despertó.
Cuál no fue su sorpresa al ver aquel viejo anciano que él recordaba muy bien, sentado a su lado.
Todo indicaba que tanto él, como su sigilas perro, habían estado velando su sueño.
El anciano lentamente se incorporó, y con un gesto le indicó que lo siguiera. Jhosef, como en estado hipnótico, así lo hizo. Una extraña sensación de confianza, paz y tranquilidad lo invadía.
Aún sin saber adónde se dirigían, aquel anciano le inspiraba seguridad.
Después de todo ya estaba demasiado lejos de su tierra como para retornar. Así que decidió seguir su instinto... Y su voz interior le susurraba que aquello que hacía era lo correcto.
Luego de caminar un largo rato a través de la ladera de la montaña, por un camino sinuoso y por momentos muy escarpado, llegaron a un claro tallado por la naturaleza en la roca, que parecía actuar de refugio de algunos animales. Una cabra montañosa que se encontraba pastando, huidizamente se escabulló ante la presencia de los recién llegados.
Y el anciano, dando la espalda al joven, con una voz firme pero serena comenzó a hablar:- “Tu tiempo ha llegado, hoy es aquel momento que un día te señale. A pesar de tus incertidumbres haz emprendido el viaje que te ha traído hasta aquí.
En este lugar que tu gente tanto teme, se encuentra un laberinto en cuyo centro yace un invaluable tesoro, aquel que logre llegar a él se hará su poseedor. Ese tesoro está custodiado por un gigante que duerme.
Te pregunto Jhosef :- ¿estás dispuesto a internarte en esta búsqueda?, ¿estás dispuesto a transitar este laberinto?, ¿es aceptable para ti entrar en esta situación, desconociendo lo que allí encontrarás?” Se dio vuelta sobre sí mismo, y sus ojos buscaron los ojos del joven. Con voz segura el joven respondió:- ¡ sí !
Entonces el anciano continúo hablando:- “si observas con atención, te darás cuenta que sobre el piso se encuentran dos rocas de similares características, ellas marcan el ingreso a un portal mágico. Un portal mediante el cual tendrás acceso al laberinto. Ese portal solo se abrirá si puedes sentir en tu corazón y reconocer el genuino propósito que te mueve a llegar al centro del laberinto.”
En ese mismo instante que el viejo terminara de pronunciar aquellas palabras, abruptamente desapareció junto a su perro, en el tiempo que dura un parpadeo… ante la mirada atónita de Jhosef.
Y viéndose solo, en ese lugar, con más dudas que certezas, lo invadió el miedo, la tristeza, la angustia… y lloró.
Por largo rato estuvo lamentándose de su suerte, cuestionándose porque no había prestado atención a los mensajes de advertencia de su gente querida, ¿en que estaba pensando cuando decidió hacer ese viaje? Creerse el mejor, querer ser el primero en lograr venir a la montaña y regresar a su aldea sano y salvo, escuchar las loas y alabanzas en su honor…todo eso lo había conducido al punto donde se hallaba ahora, solo y abandonado a su suerte…y lloró amargamente. Desnudó su alma, y dejó aflorar todos los pensamientos sobre sí mismo que casi siempre silenciaba.
Los bueno que él era, y lo malo. Todo fue expuesto en la soledad de ese lugar que lo abrazaba. Y poco a poco se fue calmando, se fue reconociendo y amigando con cada faceta suya, él era quién era en base a todo lo que había vivido y transitado, con aciertos y errores, con sus momentos de éxitos y fracasos.
Y al secar del rostro las últimas lágrimas que habían brotado en sus ojos, vio -entre asombrado y maravillado-, que una especie de puerta gigante se abría entre las piedras que el anciano le señalara.
Se incorporó rápidamente y se asomó a través de ella… lo que desde ahí atisbó le resultó extraordinario. Un bellísimo espacio infinito se habría ante sus ojos, donde se veía el principio más no así el final.
Al pasar de ser víctima de las circunstancias, reconociendo su ego y habiendo aceptado el rol protagónico que tenía sobre su vida, había encontrado, de modo inconsciente, su propósito para continuar el viaje.
Se apresuró a entrar… ya que desconocía si permanecería abierto o se volvería a cerrar.
Y entre unos elevados muros grises, densos, colosales y silenciosos, encontró un gran umbral.
Correspondía a la entrada del laberinto.
A un lado de la misma se hallaba una rústica mesa. Sobre ella había depositado un pequeño morral y una larga vara que reconoció de inmediato, era la que portara el misterioso anciano que hasta allí lo guiara. Intuitivamente tomó ambos elementos, colgó cruzado sobre su pecho uno y asió fuertemente con su mano el otro.
Y se dispuso a internarse en el laberinto. Un amplio sendero limpio y luminoso se desplegaba ante él.
A modo de bienvenida se encontraba un cartel con la siguiente leyenda: “LA MAGIA DEL MUNDO DONDE TODO ES POSIBLE” siga la dirección que le indica el camino, siga las flechas que indican "Al centro"… Camine despacio, saboreando cada esquina, cada recodo del camino… En cada tramo hay contenida mucha sabiduría que podrá ir descubriendo… Cada paso que da le va acercando más hacia el conocimiento de sí mismo… Disfrute en su camino hacia la meta… Si va despacio, podrá ver, escuchar y percibir mejor cuáles son las cosas que debe modificar, de los regalos que existen ya en usted y de los cuales aún no tiene noticia consciente… ADVERTENCIA: En su camino hacia el centro encontrará obstáculos, pudiendo usar los recursos que hay en su mochila mágica y en la vara hechicera que porta para hacer frente a esos
"desafíos" existentes en el laberinto…
Al leer esto, el miedo volvió a apoderarse de él. Los fantasmas de esos monstruos que lo acompañaban desde su infancia regresaron a su mente. Se frenó, dubitativamente, pero supo reconocer que era más fuerte el coraje y la valentía que lo embriagaba lo que lo impulsaba a avanzar. Y retomó la marcha.
En este primer tramo, a la vuelta de un recodo del camino se encontró La Caverna Silenciosa. Al ingresar a la misma el sonido de voces ensordecedoras lo aturdieron, el volumen era tan estridente que lo desorientaba y no le permitía avanzar. Reconoció nítidamente entre las voces, las de sus padres, sus amigos, sus allegados, los habitantes de su poblado…todos y cada uno de ellos emitiendo sus juicios y opiniones personales sobre su figura. Realizando decretos en base a ellos, que tomaban como verdades…que si era un soñador, que si era vago, si era educado o un mal aprendido, que no tenía futuro, que era un bueno para nada… y allí, en medio del aturdimiento se sintió dolido, y reconoció por primera vez que aquello lo lastimaba.
Recordó el morral que portaba, metió su mano dentro y sacó de su interior un pequeño frasco.
Leyó la etiqueta “Silencio”, presurosamente lo abrió…y mágicamente el silencio invadió el lugar.
Las voces bajaron su intensidad.
Hasta el punto de volverse un susurro inentendible. Y Jhofiel tomó conciencia aquí de la importancia del silencio. Continúo atravesando la caverna, inmerso en el silencio, su silencio… disfrutando de él, comenzó a descubrir su ser…
Entendió que para poder orientarse y saber cuál rumbo tomar, muchas veces, tenemos que elegir permanecer en silencio y escuchar solo nuestra voz interior, la de la intuición, dejar de lado todos los pensamientos negativos, desprenderse de toda limitación impuesta. Aprender del silencio, ¿qué me dice el silencio?, ¿molesta, me incomoda, me angustia?, ¿me agrada, me resulta placentero, me da tranquilidad?
Y con este nuevo conocimiento, despojándose de todas preguntas, siguió caminando… en silencio…
Al salir de la caverna frente a él vio cómo se erigía el Puente de la Incertidumbre, asombrado advirtió que, donde debería haber una estructura sólida, solo había un tablón de madera, y luego, solo el abismo.
Mientras pensaba que hacer, recordó que la vara puede realizar hechizos, así que confiando en la magia que aquella poseía, se para frente a ese tablón. Tantea con la punta del pie; parece sólido; y entonces se para allí; afirmándose en la vara, primero con un pie y luego con ambos; se siente firme, pero nada más ocurre. Intenta de nuevo dar otro paso; y su pie se topa nuevamente con otro tablón; y cada línea de pensamiento nuevo dibuja un nuevo tablón y sólo al llegar a éste puede esbozar un nuevo pensamiento y escribir una nueva línea; y entonces otro trozo de puente aparece, y no saber hacia dónde lo llevará… prontamente se da cuenta que son sus nuevos pensamientos los que generan que los tablones vayan surgiendo fuertes y firmes bajo sus pies y lo sostengan.
Este puente cruza un pozo donde están todas las ideas negativas sobre él, y Jhofiel las ve, las percibe como lanzas puntiagudas, tenebrosas, y oscuras, amenazantes… En el pozo están todos sus aparentes fracasos… que buscan acecharlo en cada paso que dé. Y de allí él toma el recurso para construir los tablones del puente, toma las ideas negativas y las transforma en nuevas y potenciadoras. Con paso firme y seguro logra pasar al otro lado.
Al atravesar el puente está el Lago de agua espejada. Se acerca a beber de sus quietas aguas, y cuál no sería su sorpresa al notar que su imagen no es reflejada. Todo el paisaje circundante es reflejado en el lago, menos su imagen.
Confundido, recurre a la magia de la bolsa. Mete su mano en el morral… pero solo saca una pequeña nota que contiene una pregunta: ¿quién sos?
Y al leer esto sabe que se trata de un acertijo, que deberá hallar la respuesta verdadera para poder continuar el viaje.
Y recostado al lecho del agua comienza a pensar en quién es en realidad él…
Tiene, y quiere, aprender a mirarse, mirarse de verdad. ¿Quién es Jhofiel?, ¿quién cree ser?... Sumergido en ese estado de introspección, va despojándose de todas las ideas o etiquetas que tomó prestadas de otros, se atreve a ser quién realmente es.
Aquí brota el conocimiento de quién es auténticamente. Descubre al ser que mora en su interior… y ve aparecer poco a poco su imagen reflejada en el lago. Su verdadero ser va tomando identidad…
Y sumido en profundas reflexiones sobre este nuevo re-nacer se queda dormido allí.
Despierta, se siente distinto, como si mirara con una nueva mirada. Las cosas que lo rodean son exactamente como las recordaba, pero las ve de otra manera. Empieza a percibir dentro de si algo extraño, una rara sensación que aún no puede definir.
Retoma la marcha, por ese amplio sendero que parece más resplandeciente que otrora lo recordara…
Al cabo de un tiempo, saliendo de uno de los pasillos del laberinto, da con El túnel de la Decisión.
Es oscuro, aparentemente tenebroso. Siente que hay que ser muy audaz para adentrarse en él. Parece no tener final. Sabiendo que tiene nuevos y múltiples recursos que ha descubierto en su interior, se decide a entrar.
Es un tramo difícil el que está por caminar. Jhofiel entiende que esto tiene que ver con su vida espiritual. Sus creencias sobre el gran misterio que todos perciben de distinto modo.
Atravesará ese túnel, en un camino de búsqueda, de sentido. El sentido que le da ir al interior de cada uno… ya que –de esa transformación- surge un ser renovado.
Casi todas las personas experimentamos, alguna vez, un período en que la vida deja de tener sentido o se vuelve un infierno
La mejor forma de transitar por esos momentos de contracción es entregarnos a ellos. No huir, sino mirar de frente al miedo y al dolor.
Entrar en la noche oscura del alma requiere dosis elevadas de valentía, amor, voluntad, osadía, determinación, atrevimiento y curiosidad, pero, créame, merece realizar la travesía… Y él se entró al túnel y lo caminó.
Y mientras lo recorría se preguntó:-¿que era ser espiritual?… ¿Quién podría definir a ciencia cierta cuál es el límite entre el cielo y la tierra? ¿los dogmas que se abrazan, entran en la espiritualidad?, ¿quién decide quién sí, o quién no entra en la categoría de espiritual?
Al final del camino vio la luz, y en ella las respuestas hayo…
Al salir una diáfana brisa lo envolvió y la luz lo encegueció por unos instantes.
¡Que contento estaba con su logro! Había vencido sus miedos, y allí estaba…
Y al salir de la caverna se encontró en El patio de la verdad, un hermoso espacio que le resultaba familiar. Y de pronto lo recordó. Lo había visto en sus sueños. En aquel en el que el anciano lo llamó.
Saliendo de ese pensamiento, y mirando a su alrededor, se topó una vez más con la figura del anciano en un rincón de aquel sitio.
:- ¿Quién es usted? ¿Por qué está aquí?, le pregunto Jhofiel.
El viejo con un leve movimiento de su mano hizo aparecer un banco bajo la sombra de un frondoso árbol y ambos se sentaron.
Y con la misma voz serena y firme de siempre comenzó a hablar.
-: “¿Quién soy? no es importante, saber quién eres tú, si lo es. ¿Por qué estoy aquí? nadie más que tú lo sabe…” hizo una pausa y, tras un largo suspiro continúo hablando…
-: “Haz llegado hasta aquí movido por tu valentía y coraje, aquellas que se encontraban ocultas bajo tus miedos. Miedos que no te pertenecían, ya que eran los miedos de aquellos que te rodeaban, miedos que a ellos los paralizaban. Y en base a ellos comenzaste a comportarte como ellos lo esperaban, sumiso, acatando sus reglas, sin cuestionarte absolutamente nada. Después de todo ellos hacían lo que hacían porque te cuidaban. Eso pensabas…
A fuerza de escuchar sus opiniones sobre ti creaste tu imagen, pensándote torpe, iluso y un bueno para nada. Cuando tu creatividad brillante se asomaba la escondías de un hondazo, diciendo que solo había sido un golpe de suerte. Y fuiste formando tu propia identidad, la que tú creías que era tuya. La cuidabas y defendías a capa y espada cuál valiosa propiedad. Una identidad fundada en base a creencias y valores que tomaste como propios sin vacilar. Aunque esas lealtades invisibles te limitaran y no te permitieran avanzar, seguías siendo fiel a ellas, pues creías que no debías ni las podías cambiar…
Y es aquí donde aparezco yo, amigo mío. No soy más que la voz de tu interior que necesitaba y le urgía ser escuchada. Soy una parte tuya.
Tu inconsciente y sabiduría interna lograron que me manifestara…y aparecí como advertencia en tu niñez. Pero pronto me olvidaste. Así que tuve que regresar en tus sueños para incentivarte a llegar aquí… Dime, ¿acaso en esta aventura en la que te has embarcado no te has encontrado?... Jhofiel escuchaba en silencio como saboreando lentamente, como un dulce caramelo, cada una de las palabras que recibía.
Reconoció en el viejo a la sabiduría, aquella que lo acompañara desde siempre y que él, sin darse cuenta, tantas veces callara.
¡Y en ese momento entendió que todos esos miedos de la gente de su aldea no eran más que generados por la necesidad de silenciar ellos también a la sabiduría!
Traspasar la montaña no era más que traspasar sus propias limitaciones, y los habitantes de su aldea no estaban dispuestos a abandonarlas… de allí surgieron los mitos del monstruo que los acechaba.
Por eso no tenían una imagen definida del mismo, pues cada uno le daba la forma que sus temores les generaba.
Y fue así como continúo escuchando durante mucho tiempo a la sabiduría que frente a él se revelaba…
La oscuridad de la noche lo alcanzó. El joven se dispuso a descansar para continuar al día siguiente el camino.
Amaneció con entusiasmo, expectante de lo que ese último tramo le depararía.
Pero no era ansiedad lo que lo invadía, por el contrario, era la certeza de que algo maravilloso estaba por descubrir.
Y ya, con el mensaje en su poder, continúo caminando hasta llegar al centro del laberinto. Encuentra allí una estatua de grandes dimensiones. Entre Jhofield y la estatua del Coloso se levanta un muro invisible.
A los pies del Gigante hay un cartel que reza: "Solo el que ama con la luz del amor incondicional, puede poseer la clave para despertarme. ¿Estás dispuesto a amarte sin reservas, sin condiciones?"
Y el joven comienza a recordar cómo comenzó ese viaje. Sus dudas, sus temores…paso a paso evoca todo lo vivido y experimentado en cada paso de la senda, y reconoce que aquella sensación que comenzó a sentir a orillas del Lago de agua espejada es simplemente la felicidad. Está en paz, siendo él mismo y siendo, a la vez, un ser completamente nuevo. La felicidad plena lo embarga. ¡Pues se ama!
Con todo lo que fue y es. Con sus luces y sombras. Gracias a todo lo que fue, hoy es… Extasiado de este mar de nuevas emociones que lo abrazan, se acerca a la pared invisible, la toca, y siente como aquella se desvanece bajo sus dedos.
Ve, y perciba como el Gigante del Interior se despierta, abre los ojos, lo mira amorosamente y se abrazan.
Al abrazarse, ambos se funden en uno, y Jhofiel observa como en su espalda se abren un par de alas que le permitirán, de ahora en adelante, volar sobre los obstáculos y observar el mundo desde una nueva perspectiva…
Él y su gigante interior ya son uno… él es ya parte suya, y desde su grandeza puede realizar todas las tareas, alcanzar todas las metas que se proponga…
Jhofiel sabe que, desde este momento, ya es parte del paraíso de los Colosos Alados que todo lo logran…!!!