Fría esa noche de invierno y la tormenta que no cesaba. Desde hacia un poco mas de tres horas que había comenzado y no amagaba en amenguar.
Beatriz había apagado el sol de noche, a fin de economizar kerosene, y solo esperaba que su tristeza la dejara por un rato descansar, y que se sucedan los minutos para poder dormirse. Aunque el fuerte ruido de los truenos y las luces de los relámpagos atentaban contra ello.