Siempre he tenido un miedo profundo a la oscuridad, una sensación que se apodera de mí cada vez que las luces se apagan. Recuerdo cómo, desde pequeño, me aferraba a las sábanas, esperando que la oscuridad no me devorara. A pesar de ello, siempre supe que, tarde o temprano, tendría que enfrentarme a ella. No solo por un simple acto de valentía, sino porque, de alguna manera, me di cuenta de que, si no lo hacía, el miedo seguiría controlando mi vida.