Siempre he tenido un miedo profundo a la oscuridad, una sensación que se apodera de mí cada vez que las luces se apagan. Recuerdo cómo, desde pequeño, me aferraba a las sábanas, esperando que la oscuridad no me devorara. A pesar de ello, siempre supe que, tarde o temprano, tendría que enfrentarme a ella. No solo por un simple acto de valentía, sino porque, de alguna manera, me di cuenta de que, si no lo hacía, el miedo seguiría controlando mi vida.
El momento llegó una noche en la que, por razones que no entendía, me vi en la necesidad de quedarme solo en una casa totalmente vacía, y en una habitación completamente oscura. No había forma de evitarlo. Entonces, recordé una entrevista que vi a Roberto Gómez Bolaños (Chespirito), donde le preguntaron si el Chapulín Colorado era tan héroe como Superman. Chespirito, con su característico humor, respondió que el Chapulín era aún mejor, pues mientras Superman es inmortal y no teme a nada, el Chapulín es miedoso, pero a pesar de su miedo, enfrenta las situaciones para lograr el éxito, incluso cometiendo errores. Esto me hizo pensar en lo que significa realmente ser valiente: no se trata de no tener miedo, sino de enfrentarse a él.
Inspirado por esas palabras, decidí enfrentar la oscuridad. Al principio, mi cuerpo temblaba, el corazón me latía con fuerza y mi mente me decía que escapara. Pero, al igual que el Chapulín, tomé la decisión de dar un paso al frente. Me equivoqué, me asusté, pero continué adelante. Pude sentir el miedo y aun así avancé. Al final, la oscuridad dejó de ser tan aterradora. Aprendí que lo importante no es la ausencia de miedo, sino la voluntad de enfrentarlo, tal como lo hacía el Chapulín, que, a pesar de sus dudas, siempre salía adelante.
Hoy, cada vez que siento miedo, recuerdo esa lección: los héroes no son los que no tienen miedo, sino los que enfrentan sus temores, aunque no siempre sean perfectos, como el Chapulín.
Desde aquella noche, la oscuridad dejó de ser un enemigo invencible y pasó a convertirse en un desafío constante, uno que podía afrontar con más confianza. No es que el miedo haya desaparecido por completo, pero aprendí a convivir con él, a aceptarlo como una parte natural de la vida. Descubrí que el miedo no siempre es un obstáculo; a veces, es un maestro que nos enseña hasta dónde podemos llegar cuando decidimos no rendirnos. Con el tiempo, empecé a notar que aquel temor inicial que me paralizaba ya no tenía el mismo poder sobre mí. La oscuridad seguía ahí, pero yo había cambiado: ahora la veía con otros ojos, con la certeza de que no me definiría.
Esa experiencia me llevó a reflexionar sobre otros miedos que cargaba sin darme cuenta. No era solo la oscuridad; también había temores más sutiles, más profundos, que se escondían en la rutina, en las decisiones difíciles, en los cambios inesperados. Me di cuenta de que la única forma de superarlos era enfrentándolos, tal como hice aquella noche. Comprendí que el valor no es un estado permanente, sino un acto que repetimos una y otra vez. Y aunque aún hay momentos en los que dudo, sé que siempre puedo dar un paso adelante, porque lo verdaderamente importante no es no tener miedo, sino no dejar que nos detenga.