sábado, 26 de abril de 2025

Mi yo infantil...

 

Es curioso cómo las palabras de los demás pueden hacer que uno se detenga a reflexionar. Esta amiga de la infancia, que con la naturalidad de siempre me suelta que aún soy como un niño, no hace más que abrir una puerta en mi mente que pensaba ya cerrada. ¿Soy realmente como un niño? A veces la vida me ha dado golpes duros, esos que supuestamente deberían endurecerme. La gente te dice que la edad te tiene que hacer más serio, más responsable, y te inculcan que de alguna manera debes "madurar". Pero, ¿y si esa "madurez" es solo una capa que se pone sobre lo que en realidad somos, una coraza que nos protege, pero que al mismo tiempo nos limita?

Recuerdo a los diez años, cuando el mundo me parecía un lugar lleno de magia, un lugar donde las posibilidades no tenían fin. Mi imaginación volaba sin ataduras, y las risas, las ocurrencias y las aventuras parecían nunca acabar. ¿Qué fue lo que cambió? ¿Qué nos pasa a todos, que poco a poco comenzamos a dejar esa esencia atrás?

Quizá, con el tiempo, la vida te enseña lecciones difíciles. Perdí a algunos seres queridos, y mi corazón se fue endureciendo un poco más con cada adiós. Los fracasos y las decepciones también dejaron su huella. Pero al final, algo en mí nunca desapareció: esa chispa, esa curiosidad por descubrir, por disfrutar, por encontrar lo cómico en lo absurdo. Esa parte de mí que se niega a ser completamente seria, que se divierte con las pequeñas cosas y se siente profundamente conectada con la esencia del niño que fui.

Me dicen que soy "demasiado infantil" para algunos, y lo entiendo. Quizá para muchos esa forma de ver la vida parece una tontería. Pero, ¿acaso no es esa misma "infantilidad" (término que acabo de inventar supongo) la que me permite seguir soñando, seguir buscando belleza en las cosas simples? Tal vez algunos lo llamen inmadurez, pero yo lo llamo una forma de resistencia. En un mundo que constantemente quiere que nos adaptemos, que nos endurezcamos, mi forma de ver las cosas me permite mantener la alegría.

Al final, no creo que se trate de madurar en el sentido convencional. Creo que se trata de seguir siendo fiel a uno mismo, sin importar la edad, sin importar las expectativas de los demás. Soy un hombre de cincuenta años con la mente de un niño, y de alguna manera, eso es lo que me mantiene vivo.

A veces la vida trata de ponernos barreras, pero quizás esas barreras están ahí solo para que las derribemos. Lo importante es no perder esa esencia, esa forma pura de disfrutar lo que nos da el día a día, sin preocuparnos tanto por lo que se espera de nosotros. Tal vez no sea tan malo ser un niño, incluso a los cincuenta.

Gracias Mari E, por ser una de las personas de las que aún siguen al otro lado de la pantalla…