Recientemente vi en internet, un reel en donde una persona preguntaba:
-Rápidamente, dime el nombre de tres personas a las cuales quieres mucho y le deseas lo mejor. - Las respuestas fueron de lo más variadas, pero ninguno dijo su propio nombre.
Recientemente vi en internet, un reel en donde una persona preguntaba:
-Rápidamente, dime el nombre de tres personas a las cuales quieres mucho y le deseas lo mejor. - Las respuestas fueron de lo más variadas, pero ninguno dijo su propio nombre.
Desde temprana edad, siempre había visto el mundo en términos de blanco y negro. Las cosas eran correctas o incorrectas, buenas o malas, sin matices intermedios. Para mí, la vida era una serie de decisiones simples que debían tomarse siguiendo un código de conducta estricto. Pero conforme pasaban los años, comencé a darme cuenta de que la realidad era mucho más compleja de lo que había imaginado.
En la vida, a veces el destino nos sorprende con encuentros inesperados que transforman nuestra existencia de maneras impredecibles. Tal fue el caso de mi primo y yo. Nos (re) conocimos en nuestra edad adulta, en circunstancias que parecían casuales pero que, en retrospectiva, tenían la firma del destino.
En los relatos milenarios, hay una narrativa que ha sido objeto de interpretación, discusión y también de cierto asombro: la creación de la mujer a partir de la costilla de Adán. ¿Qué significado profundo podría ocultar esta historia ancestral? ¿Acaso es una simple metáfora, o hay algo más que merece ser explorado?