Desde temprana edad, siempre había visto el mundo en términos de blanco y negro. Las cosas eran correctas o incorrectas, buenas o malas, sin matices intermedios. Para mí, la vida era una serie de decisiones simples que debían tomarse siguiendo un código de conducta estricto. Pero conforme pasaban los años, comencé a darme cuenta de que la realidad era mucho más compleja de lo que había imaginado.
Mi despertar comenzó de manera sutil, con pequeñas grietas en mi percepción del mundo. Un comentario casual de la esposa de un amigo (eternamente agradecido Naty), me hizo cuestionar una opinión que había dado por sentada durante años. Me encontré debatiendo internamente sobre temas que antes había considerado indiscutibles. Fue como si alguien hubiera encendido una luz en una habitación oscura, revelando matices que nunca antes había visto.
Con el tiempo, estas grietas se convirtieron en brechas, y me encontré enfrentando situaciones que no tenían respuestas simples. Las decisiones ya no eran blancas o negras, sino una mezcla confusa de tonos grises. Me di cuenta de que el mundo no era tan binario como lo había imaginado, y que la vida misma estaba llena de complejidades y contradicciones.
Al principio, esta revelación me llenó de ansiedad e incertidumbre. ¿Cómo podía tomar decisiones si no tenía un conjunto claro de reglas para seguir? Sin embargo, con el tiempo, comencé a ver la belleza en los matices de la vida. Aprendí a apreciar la ambigüedad y la incertidumbre como oportunidades para crecer y aprender. Descubrí que en los grises había libertad, flexibilidad y espacio para la compasión y la empatía.
Ahora, cuando miro el mundo que me rodea, ya no veo simplemente blanco y negro. En su lugar, veo una paleta de colores vibrantes que dan vida a cada experiencia. Acepto que la vida no siempre será fácil de entender, pero eso está bien. Porque en los matices de la vida, encuentro la verdadera esencia de lo que significa ser humano: imperfecto, complejo y hermoso en su diversidad.