sábado, 16 de marzo de 2024

Mi trozo de cielo

El sol, la pucha con el sol, ya va rajando la tierra. El aire tiembla del calor y el sudor me corre por la frente, me pica la barba, y el rebenque se me pega a la mano. Llevo la mirada fija en el horizonte, donde las nubes se amontonan como ovejas blancas. El silbido del viento en mis orejas es la única música. A lo lejos, el monte se dibuja como una raya verde oscura. El camino es largo y lleno de polvareda, pero la esperanza de llegar, me da fuerzas para seguir.

Mi ruano malacara, con su paso recio y su estampa criolla, marca el ritmo en la inmensidad de esta pampa gringa. A mi lado, CUCHITO, mi perro, un criollo fiel, va olfateando el rastro del camino. Esta mañana salimos del rancho, temprano, con el rocío todavía en las pajas. El patrón me encargó de apurar un poco la caballada que se había dispersado. Una tarea de esas que hay que hacer, a pesar del calor. En mi atado llevo lo poco que mi mujer me preparó: unas brasas de pan duro, un pedazo de queso, y mi facón, afilado como la luna creciente. Mi alma está cansada, pero mi corazón no se rinde.

En estas leguas, no hay más testigo que el sol que pisa fuerte y la inmensidad que se abre sin final. Estos campos son un mar de pasto ralo y tierra cuarteada, donde los aromos secos se levantan como fantasmas olvidados. El viento, ese viejo amigo y enemigo, trae el olor a tierra reseca y a distancia, y se lleva las penas del camino. Solo se oye el resuello de mi ruano, el jadeo del perro a mi lado y el crujir de la carona y la montura. En esta soledad inmensa, uno es apenas una mancha, un punto negro que avanza sobre un lienzo de polvo y calor.

Es aquí, bajo este cielo de plomo, donde el pensamiento se hace simple y derecho. La inmensidad te enseña que las palabras son como la polvareda: se levantan mucho, pero no dejan nada. El valor está en el hecho, en la mano que trabaja, en el animal que responde y en la tierra que no miente. La única riqueza que importa es la de un rancho al que volver, el calor de un fogón y la voz de los suyos. El resto, las grandezas que se cuentan en los poblados, son sombras que se desdibujan al sol.

Y yo, que no soy más que un pobre paisano, un gaucho de a caballo, solo quiero llegar a la vuelta del sol. Con el ruano dando el último tranco, pienso que el mundo no es más que lo que se ve desde el lomo de un caballo. Lo demás, lo que los patrones prometen y después el viento se lleva, es sólo paja seca. La verdad está en el sudor del día, en el paso firme del animal, en el olfato del perro y en la esperanza de que en el rancho, la luz ya esté encendida. Y la vida, la vida, es una esperanza de barro, que el viento siempre se empeña en llevar.