"Que cosa con la depresión chamigo!!!… Ud. puede ver por fuera la más amplia y perfecta de las sonrisas, y sin embargo por dentro se esconde el mismísimo infierno…"
No mas de una hora antes, el tren lo había dejado en la estación y Mateo sólo se limitaba a caminar las calles de aquella ciudad. Había tomado la decisión de visitarlas por ultima vez, tratando de recorrer y ver, quizá con otra mirada, aquellos mismos sitios donde alguna vez se supo feliz.
Su corta vida había sido un compendio de malas experiencias, por llamarlas de alguna manera, de momentos que para cualquier persona hubieran resultado catastróficos bajo cualquier sentido. El tan solo trataba de comprender cómo podía aún soportar todo aquello.
Había conseguido con el paso de los años, el poder de ir amasando todos y cada uno de aquellos malos momentos, de cuestiones negativas, y de malas experiencias, en una gran bola de dolor que compactaba a la vez que iba resguardando cada vez más dentro suyo.
Dos seres se pugnaban a diario el derecho de dominar su propio ser. Por un lado, un ser oscuro frágil y doliente que le intentaba demostrar, que la que había tomado, era la mejor y mas clara decisión todas. Por el otro, un atisbo de sensatez que le indicaba que otro futuro era posible, solo debía proponérselo…y luchar por ello.
Pero sus realidades eran muy distintas. Dos antagonismos muy crueles (ambos), una oscuridad que lo había llevado a empezar a despedirse… y una contrapartida que le dejaba abierta una puerta, que, aunque plagada de más dolor, le deparaba un futuro.
Aprovechando la oscuridad de lo que había comenzado como una temprana noche de invierno, y la falta de gente deambulando, se detuvo varios minutos en el frente de aquella que fuera “su casa”.
La falta de luz, el descuido de las plantas, sumado a la gran cantidad de malezas, le supuso el total abandono de la misma.
Amparado en aquella extraña soledad, un sentimiento de nostalgia lo llevo a empujar esa pequeña puerta de ingreso al jardín, la cuál (como se imaginaba) se encontraba sin traba alguna.
Efectivamente, el abandono era completo. Bordeó la casa hacia el viejo manzano para dirigirse hacia el gran patio que alguna vez estuvo plagado de risas.
El pomelo, el asador, el gallinero, el viejo horno de barro… todo se encontraba tal cuál y como lo recordara, aunque mucho más abandonado.
Traspuso el pequeño umbral que separaba el gran patio abierto, de aquél cubierto por la parra, la cuál ante la falta de la debida limpieza y mantenimiento, había conseguido formar un gran colchón de hojarasca muerta.
Sus pupilas trataban infructuosamente de acostumbrarse a aquella desafiante e insipiente oscuridad.
Arriba del gabinete de gas aún se encontraba roto y desvencijado, aquel cajón que supo oficiar de jaula para el ya extinto periquito familiar.
En el viejo galpón habían quedado desparramados, encima de aquella gran mesa de trabajo que su padre se había encargado de amurar a la pared, varios tarros vacíos que otrora servían de deposito de clavos y tornillos, y cuyo ruido en el silencio de aquella noche, le suponían el ir y venir constante de roedores…
Tanteó la ventana de su vieja habitación, y descubrió que el propietario no había solucionado aquél pequeño “inconveniente” que le permitía ser abierta desde afuera, así que ingresar por la misma, sólo fue un trámite al que estaba acostumbrado después de años de hacerlo de este modo, cada vez que se escapaba y/o volvía fuera de los “horarios dispuestos” por su difunto padre.
Sus pasos retumbaban en la inmensa soledad de la casa…
Se quedó un rato de pie, esperando que sus ojos se acostumbren a aquél ambiente, aún más oscuro que el patio desde el que ingresara.
Salió de la habitación y fue hacia living. Por el vidrio ingles de la puerta principal, entraba la luz de la calle que se encontraba justo en frente. Hubiese podido dibujar adonde se encontraban todos y cada uno de los muebles que tenían. El sofá, la vieja máquina de coser, el teléfono… el cuadro de su hermana.
Trasponer el umbral que lo separaba de la cocina le produjo una sensación desagradable de tener que romper las telas de arañas acumuladas con el paso del tiempo.
No podía ver muy bien, pero sus ojos aun imaginaban (recordaban en realidad), el punto exacto donde se encontrara el sillón que durante años utilizara su padre para ver la televisión, la vieja mesa redonda, el bargueño…
Regresó sobre sus pasos y fue en busca de aquel par de puertas de madera vidriadas, que lo separaban de la habitación en donde tan solo un par de años atrás, encontrara sin vida a su propio progenitor.
Se detiene frente a las mismas y toma aire antes de empujarlas. Levanta sus brazos para hacerlo…pero no puede. Una fuerza desconocida se lo impide.
Quizá se trataba solo de miedo…
Giró sobre si y quedó bajo el cobijo de aquél tenue rayo de luz que ingresaba por el vidrio de la puerta. De entre sus ropas buscó, sacó el paquete, y se encendió un cigarrillo.
Se sentó en el piso frente a aquél par de puertas cerradas apoyando la espalda en contra la pared, disfrutando aquel tabaco recién encendido, tratando de vencer sus propios miedos… quizá la propia vergüenza de que “lo viera fumando”
Se incorporó de un salto y abrió de golpe, y de par en par, aquellos secos y crujientes postigos.
La lumbre de su propio cigarrillo era lo único que separaba la total oscuridad de lo poco que podía adivinar.
Agradeció enormemente no tener que toparse con ninguna tela de araña ni nada similar, que le hubiesen producido algún tipo de confusión con respecto a sus propios miedos internos.
Aún en la casi total oscuridad, podía imaginar la posición de la cama paterna, y la disposición del cuerpo tal cuál y como lo recordara de aquella fatídica mañana de Agosto... tan solo un par de años atrás.
Terminó su cigarrillo y lo apagó contra el piso. Levanto la colilla y se dirigió con ella hacia un costado de la habitación.
Con el pie, y por instinto, fue tanteando adonde recordaba estaba el zócalo salido y lo encontró.
Lo retiro lentamente, como tantas veces había hecho, y descubrió que aquel papel aún continuaba en el sitio…
Lo sacó, envolvió la colilla en él, y volvió a dejar todo tal cual estaba… no tenía ya razón alguna para ser retirado.
Giró una vez más sobre si mismo, y la luz entrando desde el living, el humo de su propio cigarrillo y sobre todo SU PROPIO MIEDO, le jugaron una brutal mala broma…
Su corazón de detuvo de repente, un segundo, menos quizá… su propia lógica lo “obligó” a pensar que no había sido real lo que vio… y contuvo el grito para sí.
Cerró los parpados y respiró profundo… un par de lágrimas corrieron entonces por sus mejillas…
Abrió lenta y pausadamente los ojos… para descubrir que todo estaba tal cual y como debería de estar…desolado, sucio, triste y vacío. Salvo su propia presencia.
Salió de la misma manera por la cual entró. Trabó y dejo la ventana tal cuál acostumbraba hacerlo.
En vez de dirigirse hacia la salida, se interno en el inmenso patio, justo para el lado de la mandarina.
Un viejo, flaco, raído y arisco gato negro lo vio cruzar el patio y se asustó, pero en vez de huir, se quedó en su sitio tan solo observándolo.
¿sería probable que tan sólo fuera? ...no… imposible. Habían pasado muchos años, ya debería estar muerto…
Aún así, con las dudas lógicas lo llamó:
- Negro… Negrito... ¿Sos vos?
El viejo animal abrió aún más grandes los ojos, y se incorporó a la vez que maullaba mientras se acercaba a refregarse en sus piernas…
-NEGRITO…si sos vos- y se agachó para alzarlo, pero el ya salvaje animal le esquivó rápidamente el amague.
Muy en el fondo de su instinto o su memoria (como saberlo), ese viejo y maltratado gato, busco el contacto de quien le resultara una voz familiar… pero sólo eso.
Aquél involuntario encuentro le desató un sin número de emociones, y rompió en llanto. El gato, aquel gato en particular, no hacía más que retrotraerlo a un pasado del cuál se había venido a despedir.
Sobre el viejo piletón de cemento del lavadero, encontró una pequeña vasija sucia. La lavo, la lleno de agua, y se la acercó a aquel animal que bebió con ansias.
No recuerda si pasaron dos, cuatro, veinte minutos, un par de horas o algunos días, sólo recuerda que se quedó allí, tan solo viendo al viejo animal saciar su sed… mientras él continuaba tratando de mermar el llanto.
Un ruido entre los tarros del galpón, llamó la atención del gato y despertó su instinto. Lo vio ingresar… y tan solo unos segundos después, el inconfundible chillido de una rata, le hizo suponer con buen tino, que el gato, su viejo y olvidado gato…se iría a dormir con el estómago no tan vacío.
La oscuridad en aquél inmenso patio arbolado era prácticamente completa pese a lo temprano que el reloj marcaba.
La mandarina,
como todos los años, estaba que desbordaba de frutos dulces. Las heladas de los
últimos días le habían asentado de maravillas.
Mientras descolgaba algunas, no podía dejar de recordar que tan solo un
metro por debajo, se encontrarían los huesos de aquel enfermo perro negro, que había
tenido que sacrificar a solicitud de su padre.
Cuando salió a la calle, el reloj apenas marcaba las 2015hs, pero la desolación reinante le suponían un horario muchísimo más avanzado, casi como si de la madrugada se tratara.
Siempre había imaginado que aquel puto trastorno solamente le afectaba a quien no pudiera manejar su propia mente. Que era quizá de personas débiles, no enteras, que se dejaban caer y no intentaban salir de aquella situación. Más, en carne propia estaba viviendo la desagradable experiencia de que nada más alejado de su propia realidad. Aquello que le tocaba estar viviendo … sin poder hacer nada para remediarlo...
A menudo es difícil para aquellos que tienen la suerte de nunca haber experimentado lo que es la verdadera depresión, imaginar una vida de total desesperanza.
Se le confiere tanta consideración al pasado, que lo convertimos en nuestro propio presente, y la única forma que entendemos para superar todo aquello es simplemente… desapareciendo.
Cuando estaba cruzando la plaza, una figura sentada en uno de los bancos le llamó la atención. Al suponer que eran las únicas dos personas moviéndose en el frio de la noche, le produjo cierta empatía, y decidió pasar por delante, tan solo para poder verle a la cara.
Quizá un solitario enamorado en espera de su amada, un triste poeta en busca de su inspiración, un borracho, un solitario… un loco al que le gusta el frío… u otro depresivo como él.
Tan grande fue su sorpresa al acercarse y encontrar que aquél solitario e impávido personaje que hacia frente al frio de la noche, no era nada más ni nada menos que un viejo compañero de colegio secundario, al cuál no veía quizá desde antes mismo de mudarse él de aquella ciudad.
La charla amena les llevo algunos minutos, y ante el avance de la noche y el acrecentamiento del frio, aquél al que encontrara, le abrió las puertas de su hogar, a fin de compartir algún tiempo mas de charlas y algo caliente para justificar.
Aquel solitario dúo hablo hasta bien avanzada la madrugada, contándose casi de todo, y poniéndose al día con el resto.
Las risas iban en crescendo mientras avanzaba la charla, y Mateo no podía dejar de pensar que tal vez más noches como aquellas, en una época mas lejana, quizá le hubiesen ayudado a no caminar de otra manera sus propios pasos, y hubiese ayudado a evitar tomar la determinación que había tomado…
Estaba por comenzar a contarle en parte por qué se encontraba en ese lugar, cuando su compañero lo sorprende con la novedad de que su novia le había informado que se encontraba embarazada, y eso le trajo a su propia memoria que él también era padre, que dos pequeñas personitas dependían de su propia existencia… y se sintió un hipócrita al hablar de ellas.
Dos pequeñas personitas que estaba dejando libradas a su propia suerte, estaba buscando una solución “fácil” para si mismo, sin tener en consideración de aquellas vidas que dejaba de lado…
Y eso produjo un cambio dentro suyo, hizo un clic en su cabeza…
Siguieron hablando casi toda la noche, respecto a lo maravilloso que le había resultado el echo de saberse “PADRE”, y responsable de esas vidas, entre otras muchas otras cosas…
Su amigo, antes de despedirse, le ofreció para tratar de palear, aunque más no fuera un poco, la angustiosa situación (al menos en lo económico) que estaba atravesando un “dinero que había juntado para otra cosa”, pero que ponía a su disposición.
Mateo agradeció de sobremanera, pero argumento que lo guardara, lo necesitaría para cubrir todos aquellos gastos que se le venían encima con el tema del embarazo…
Ya, muchos años después de aquél fortuito encuentro, Mateo sigue viviendo la vida que le tocó en suerte. Cambio su forma de ver la misma, y trata de ayudar a aquél que nota puede estar viviendo alguna situación similar a la de él de entonces.
El mismo, al regresar de aquella pseuda ULTIMA visita a aquella localidad, tuvo que matar mil demonios internos, y comenzar a luchar en contra de toda corriente que le resultaba adversa.
La vida NO ERA FACIL, para nada. Pero allí estaba él para enfrentarla.
El ser oscuro y doliente que le intentaba demostrar, que la que había tomado, era la mejor y más clara decisión… terminó muriendo esa misma noche en casa de su amigo, por fortuna para él y para su entorno.
No fue ni un buen padre, ni esposo, ni amigo, ni camarada…en lo absoluto, solo se dedicó a tratar de ser un buen hombre, toda la vida que le tocó vivir de ahí en adelante. Serán los demás quienes juzguen su desempeño algún día, poco le importa.
Hace unas semanas se encontró con aquél, su viejo compañero, y se animo a confesarle que esa noche, y sin quererlo, el con su charla y su tiempo…salvo su vida.
Su viejo amigo escucho atentamente todo el relato sin emitir palabra…
Al culminar éste, lo abrazó casi llorando…
-Aquella noche- le dijo- se salvaron DOS VIDAS por lo que entiendo… la tuya…
… y la de mi hija Valentina, que mañana cumple 21 años….