miércoles, 28 de junio de 2023

El altillo...

El sol de la tarde filtraba su luz dorada a través de las rendijas de la ventana del altillo, creando un patrón de sombras que bailaban suavemente sobre el suelo polvoriento. Entre cajas de embalaje y muebles cubiertos con sábanas blancas, un baúl antiguo, cubierto de telarañas y polvo, se destacaba en la penumbra. Con un esfuerzo que reflejaba la mezcla de curiosidad y anticipación, lo arrastré hacia un rincón iluminado, dispuesto a descubrir los secretos que escondía.

Al abrir la tapa, un aroma a madera envejecida y papel antiguo me envolvió, evocando una sensación de viaje en el tiempo. Dentro, el baúl estaba lleno de una colección de objetos que parecían gritar historias no contadas. Un montón de cartas atadas con cintas deshilachadas, fotografías en blanco y negro de rostros que una vez vivieron con vigor, y pequeños objetos personales: una brújula desgastada, un broche antiguo, un par de gemelos de plata.

Tomé una carta del montón, desdoblándola con cuidado. La escritura, en una caligrafía elegante pero temblorosa, contaba de una promesa hecha en tiempos de incertidumbre y esperanza. La letra de una mujer desconocida, pero con un sentimiento que resonaba profundamente. Mientras leía, podía casi escuchar las palabras dichas en voz baja, las emociones atrapadas en cada trazo de tinta.

Las fotografías revelaban una vida que parecía tan distinta a la mía, pero que, a través del velo del tiempo, conectaba con mi propia experiencia. Una imagen de una pareja bailando en un salón decorado con festones y luces, sonriendo con una felicidad que se sentía tangible. ¿Cuáles eran sus historias? ¿Qué sueños y temores acompañaban esos momentos capturados?

Los objetos eran testigos silenciosos de un pasado que había formado una parte importante del presente. La brújula, símbolo de dirección en tiempos inciertos, parecía ser un recordatorio de las decisiones tomadas y las rutas elegidas. El broche, adornado con gemas opacas, hablaba de elegancia y momentos de celebración.

Cada objeto que encontraba desencadenaba una marea de recuerdos y reflexiones. La conexión entre el pasado y el presente se volvía cada vez más clara: los eventos y las personas que habían pasado por mi vida estaban entrelazados con aquellos que habían vivido antes. Mi propia historia se veía reflejada en estos fragmentos del pasado, revelando una red de experiencias humanas que trascendía el tiempo.

Al cerrar el baúl, un sentimiento de reconciliación me envolvió. No solo había encontrado un tesoro de recuerdos, sino también un entendimiento renovado de mi propia vida. El pasado y el presente no eran entidades separadas, sino piezas de un rompecabezas más grande que seguía formándose. Recordar y honrar esos momentos nos ayuda a entender mejor quiénes somos y hacia dónde vamos.

En el silencio de aquel altillo, con el baúl cerrado pero lleno de historia, supe que el viaje a través de las cajas de la memoria no era solo un regreso al pasado, sino una exploración continua de mi propia identidad.