Hace muchos años, cuando era adolescente, trabajaba en un restaurante sobre Boulevard y Francia. Un domingo, el lugar estaba particularmente tranquilo. El viejo Chiquito, jefe de los mozos, me había tomado mucho cariño y siempre decía que yo era un “nieto postizo”. Ese día, me llamó y me dijo:
— Pendejo, vayámonos…
Le pregunté adónde íbamos.
— A los burros, me respondió sin dudarlo.