sábado, 28 de diciembre de 2024

Lo dices tu... o lo digo yo...?

 

-Hace 60 años que estoy enamorado de la misma mujer (lo escuché decir).

Acto seguido acotó:

-Cómo me gustaría que ella lo supiera...

 

Es fascinante cómo, en medio de una conversación aparentemente cotidiana, pueden surgir reflexiones que nos atraviesan de manera profunda, como si las palabras no solo fueran ecos de lo que sentimos, sino también las semillas de nuevas comprensiones. La historia que comparto, de ese hombre que lleva 60 años enamorado de la misma mujer, habla de un amor persistente, de una emoción que se resiste al paso del tiempo, que lucha contra la indiferencia del "después", contra el doloroso silencio del no haberlo dicho, de no haberlo hecho.

Ese acto de confesar, esa manifestación del deseo que no se expresó, es el alma misma del arrepentimiento humano. Muchos de nosotros, en distintos momentos de nuestras vidas, nos encontramos al borde de la revelación, de decir algo que nos quema en el pecho, de confesar un amor que hemos guardado en secreto. Pero luego viene el miedo, la duda, la incertidumbre sobre lo que sucederá después de decirlo. "¿Y si no lo entiende? ¿Y si me rechaza? ¿Y si esto cambia todo entre nosotros?" Y entonces, la tendencia natural es callar. Como me dijo una amiga: "a veces uno tiene que callar, por más que duela".

Y aquí entra una de las paradojas más desconcertantes de la existencia humana: el sufrimiento derivado del silencio a veces se vuelve más pesado que el sufrimiento que causaría una posible verdad expresada. Callar duele, pero hablar también puede causar dolor. El dilema es profundo y, por tanto, tan humano.

En mi respuesta, lo que trato de expresar es una creencia que considero fundamental: el "después" no es una sentencia inmutable ni inevitable. La vida no está hecha de líneas rectas predestinadas, sino de bifurcaciones, de decisiones que tomamos en cada instante. La tendencia a aceptar lo que el tiempo trae consigo como algo irreversible, como si el futuro fuera una fuerza que simplemente ocurre sin nuestra intervención, es una visión pasiva de la existencia. La idea de que "solo queda dejar que el tiempo siga adelante" es, en cierto modo, una rendición a lo que nos llega sin cuestionarlo, sin intentar cambiarlo.

Sin embargo, el futuro, como lo entiendo, no es algo que solo debamos esperar; es algo que se moldea constantemente con cada uno de nuestros actos presentes. El futuro no es solo una consecuencia de lo que nos ha tocado vivir, sino también de lo que decidimos hacer con esas circunstancias. Vivir con una conciencia activa, con la voluntad de modificar y reconfigurar nuestra realidad, es un acto de creación. No es que no debamos aceptar lo que nos viene, sino que debemos hacerlo de una manera activa, consciente y deliberada, siendo plenamente conscientes de que nuestros actos, nuestras palabras, nuestras elecciones tienen el poder de transformar lo que vendrá.

A veces, la clave de la vida está en no quedarse con las ganas de nada, en no dejar que el dolor del no haber hecho se convierta en un peso que arrastramos por el resto de nuestros días. La vida no es solo lo que ya ocurrió, sino también lo que estamos dispuestos a hacer hoy para que lo que venga sea algo que valga la pena.

Así que tal vez lo que realmente nos toca es no solo aceptar el futuro, sino atrevernos a influir en él, a ser audaces en nuestra presencia, en nuestras decisiones, en nuestros sentimientos. Solo así podemos, tal vez, transformar esos "después" que parecen mutar en dolorosos recuerdos, en momentos plenos de acción y de vida.

Al final, lo que nos define no es el futuro que nos llega, sino cómo elegimos vivir en el presente. Y este presente, este instante que tenemos ahora, es el único lugar donde realmente podemos moldear lo que vendrá.