sábado, 26 de julio de 2025

Si molestás al perro...

 

Hay una pregunta que parece simple, pero encierra más verdad de la que muchos quieren admitir:

Si molestás a un perro que ya hiciste enojar, y seguís provocándolo, ¿es raro que te termine mordiendo?

No, no lo es. Es absolutamente lógico.

Todo ser vivo, incluso el más noble o paciente, tiene un límite. El perro, aunque haya sido criado con cariño, aunque sea leal hasta el último aliento, conserva algo que nunca pierde: su instinto de defensa. Primero avisa: gruñe, se encoge, desvía la mirada. Si esas señales no son escuchadas, pasa al siguiente nivel. Y si aún así lo siguen provocando, actúa. No por maldad, sino porque se le agotaron las alternativas.

Este ejemplo va más allá de lo animal. Habla de vínculos humanos. De esas veces en que alguien nos provoca, nos presiona, nos hiere una y otra vez, esperando que sigamos tragando saliva. Hasta que un día, explotamos. Alzamos la voz, nos alejamos, reaccionamos. Y entonces aparece el juicio: “Estás exagerando”, “No era para tanto”, “¿Qué te pasa?”.

Lo que pasa es simple: nadie aguanta para siempre. Las personas no reaccionan porque sí. Reaccionan porque vienen de tragarse silencios, de disimular enojos, de masticar angustias. Reaccionan cuando ya no hay margen, cuando ya no cabe una provocación más. Y lo triste es que, en muchos casos, quien provocó se hace el sorprendido… como si no hubiera estado estirando la cuerda hasta el límite.

Respetar los límites ajenos no es solo una muestra de empatía, es una forma de evitar daños que después son difíciles de reparar. No todos avisan con claridad. No todos ladran antes de morder. Pero todos, en algún momento, se cansan.

Así que, si alguna vez alguien te reacciona con dureza, antes de juzgar su tono, preguntate cuánto tuvo que aguantar. Tal vez, como el perro, simplemente decidió no tolerar más la mano que lo seguía molestando.

¿Y vos?
¿Alguna vez sentiste que te empujaban más allá de tu límite?


Los leo...