lunes, 11 de agosto de 2025

Fué bonito mientras duró...

 Me miro las manos. Por las venas, que a esta altura ya se marcan, corren los años, los desamores, las frustraciones. Es la sangre de un hombre de 51, la que late al ritmo de la melancolía. Siempre pensé que me había endurecido, que el abandono, en sus distintas formas, había cincelado en mí una coraza inquebrantable. Ya no había lugar para el dolor. O eso creía...

Si hace algunos años, me hubieran preguntado si volvería a amar. La respuesta, lo sé, sería la de un hombre roto: "Solo si se me cruza la mujer de la que estoy enamorado desde los 12 años". Lo dije como un chiste, como un lamento, como una imposibilidad. ¿Quién se iba a imaginar que el universo, con su retorcido sentido del humor, me la pondría enfrente? Y así, de un golpe, el mundo que yo creía tener bajo control se desmoronó. Volví a ser ese chico de 12 años con el corazón latiendo a mil, descubriendo la vida.

Ella. No solo fue mi última oportunidad de ser feliz, sino que me rescató de una orilla oscura. Me devolvió la fe en mí mismo, me recordó que el amor es un refugio, no una jaula. Me enseñó a ser hombre de nuevo, a ser persona. Construimos algo hermoso, un refugio para dos almas cansadas. Pero ahora, mientras la pienso y a su vez intento dormir, siento que es refugio... se está agrietando.

No sé si es la rutina, la falta de comunicación, o si el amor, como las estaciones, simplemente llega a su fin. No hay un culpable. No lo hay, al menos que yo quiera buscar. No voy a revolver el pasado, ni a buscar heridas que abrir. Solo quiero encontrar la manera de que esto termine de una forma en la que ambos salgamos ilesos. No quiero más cicatrices. Quiero que ella se quede con el recuerdo de lo bello que fue, y no con el dolor del final. Porque la amé, y la amo, como no pensé que volvería a amar. Y, por primera vez en mi vida, no quiero que un abandono sea el final de esta historia. Quiero que sea un hasta siempre, un gracias, un "valió la pena". Y quiero, sobre todo, que ella lo sienta así también.

Sin embargo, mientras la recuerdo, con el tenue resplandor de la luna iluminando mi habitación, una pregunta me carcome: ¿Es esto lo que soy ahora? ¿Un hombre que no sabe luchar por lo que ama? O quizás sea que, más que falta de fuerza o valentía, lo que me falta son las ganas. Las ganas de volver a empezar, de arriesgarme a que la historia termine con la misma cicatriz de siempre, el mismo abandono. El mismo vacío.. 

Me siento en la cuerda floja, en un precipicio entre la comodidad de un final silencioso y el vértigo de intentarlo una vez más. Quisiera retroceder en el tiempo, a ese instante en el que todo era risas, promesas y la certeza de que nada podría rompernos. Pero no puedo. El tiempo es un río implacable que sigue su curso.

Sé que ella lo siente. Lo veo en su forma de evitar mi mirada, en el silencio que nos abraza en lugar de las palabras. Sé que los dos estamos a la espera de que alguien, de que alguno de los dos, sea el que se atreva a pronunciar la frase que lo cambiará todo. Pero, en este juego de espejos, los dos estamos paralizados. Aferrados a la ilusión de que, si no lo nombramos, tal vez no es real. Pero lo es. El eco de un final inminente resuena en cada rincón de nuestra casa, y mi corazón, el mismo que creía muerto, se rompe un poco más con cada latido...