domingo, 21 de julio de 2024

Tirania horaria...

 Estoy convencido que nosotros, como humanidad, nos hemos inventado un mal innecesario… el horario.

Y digo y remarco innecesario porque la realidad indica que, en la propia naturaleza, el mismo NO EXISTE. El animal come, cuando tiene hambre y solo hasta saciar la misma (no existe la gula, ni el gusto o el placer… se come únicamente por la necesidad de hacerlo, de nutrirse, de sobrevivir), copula cuando es la época, siente la necesidad o su impulso natural lo lleva a hacerlo, con fines reproductivos (aparte del Delfín, y disculpen la ignorancia, entiendo somos los únicos que lo hacemos por placer), defecan u orinan cuando también se siente la necesidad de hacerlo.

Es por ello que muchas veces (y corríjanme amigos pescadores) sentimos una felicidad casi plena cada vez que nos encontramos en contacto con la naturaleza, en una isla, con nuestros amigos o lo que fuere, pescando, comiendo al horario que nos dictan nuestros propios estómagos y tantos etcéteras más, como se les ocurra. ¿por qué?, simple, dejamos de regirnos por el mencionado espacio denominado “horario”.

Lamentablemente, nos hemos condicionado a creer que nuestras necesidades deben ser satisfechas para "ayer", en una carrera constante contra el reloj. Vivimos en una era donde la urgencia y la inmediatez dictan nuestras vidas, como si cada minuto fuera un recurso precioso que nunca podemos recuperar.

El ritmo frenético de la vida moderna nos obliga a cumplir con horarios estrictos: llegar puntual al trabajo, cumplir con plazos apretados, ajustarnos a agendas predefinidas. Este imperativo constante nos aleja de esa conexión más natural y fluida con nuestras propias necesidades y con el entorno que nos rodea.

Cuando escapamos de estos confines artificiales, cuando nos permitimos tan solo estar sin mirar el reloj o simplemente disfrutar de la compañía de amigos en una tarde despreocupada, experimentamos una liberación. Nos reconectamos con un sentido de libertad que la rigidez del tiempo parece robarnos.

El tiempo es un concepto fascinante y complejo que hemos organizado meticulosamente en unidades manejables: horas, minutos, segundos. Nos hemos acostumbrado tanto a su dictamen que, sin darnos cuenta, hemos permitido que regule nuestras vidas en casi todos los aspectos. Pero, ¿a qué costo?

La rigidez del horario impone un ritmo frenético a nuestra existencia. Desde el momento en que despertamos hasta que nos acostamos, estamos en una carrera constante contra el reloj. Cumplir con horarios impuestos se convierte en una prioridad absoluta, relegando a un segundo plano nuestras necesidades más intuitivas y espontáneas.

¿Qué sucede cuando nos liberamos de esta tiranía del tiempo? Cuando nos permitimos flotar en el presente, sin la urgencia de llegar a algún lugar a una hora específica, podemos experimentar una sensación de calma y conexión con el momento presente. Es en esos momentos de fluidez donde descubrimos que nuestras acciones pueden estar más alineadas con nuestro ritmo natural y con el entorno que nos rodea.

La naturaleza misma no conoce de horarios. El sol sale y se pone sin consultarlo con nosotros. Los pájaros cantan y los ríos fluyen a su propio ritmo. ¿Por qué, entonces, sentimos la necesidad de imponer esta estructura artificial a nuestras vidas? ¿Es realmente necesario sacrificar la espontaneidad y la libertad en aras de la eficiencia y la productividad?

Al observar cómo el tiempo gobierna nuestras vidas, podemos reflexionar sobre cómo podríamos reinterpretar nuestra relación con él. ¿Podemos encontrar un equilibrio donde el tiempo sirva como guía, pero no como dictador absoluto? ¿Podemos aprender a valorar la calidad sobre la cantidad, a permitirnos momentos de pausa y reflexión en lugar de estar constantemente en movimiento?

Quizás, al desafiar la estructura del horario, podamos redescubrirnos a nosotros mismos y nuestras verdaderas prioridades. Podemos encontrar la libertad de explorar nuestras pasiones, de conectar más profundamente con nuestros seres queridos, y de simplemente estar presentes en el mundo que nos rodea.

En última instancia, cuestionar el papel del horario en nuestras vidas es un acto de autoconocimiento y valentía. Nos invita a reconsiderar cómo queremos vivir y cómo podemos hacerlo de manera más auténtica y significativa. Es un llamado a reconectar con nuestra humanidad, con nuestros propios ritmos internos y con la esencia misma de lo que significa vivir una vida plena y satisfactoria.