sábado, 21 de septiembre de 2024

El viejo...

A veces me detengo a observarlo, sentado en su silla, con la mirada perdida en un mundo que parece desvanecerse ante sus ojos. El viejo, que ha sido mi amigo, guía y porque no mi refugio en este tiempo, se ha convertido en un eco suave de lo que solía ser. Su risa, una melodía familiar, ahora suena más baja, como si temiera perturbar el silencio que lo rodea.

Tengo muy presente las historias que me contó, llenas de aventuras y lecciones (para quien las sepa interpretar). Cada palabra, una semilla de sabiduría que germinó en mi corazón. Pero en estos días, noto que sus relatos se entrecortan, que las memorias se escapan como agua entre los dedos. A veces, me pregunto si él también siente la sombra de lo inevitable.

Hay una tristeza que acompaña cada encuentro, una melancolía que se cierne sobre mí. Me esfuerzo por absorber cada momento, cada gesto, cada sonrisa, como si pudiera conservarlos en mi memoria para siempre. A menudo lo veo mirar por la ventana, y me pregunto en qué piensa. Tal vez está recordando su juventud, los días en que la vida se sentía interminable y llena de promesas.

El tiempo, ese ladrón silencioso, nos arrebata lo que más amamos. Y aunque aún está aquí, no puedo evitar sentir que su luz se apaga lentamente. Me aferro a las risas compartidas, a las lecciones impartidas, a los silencios que hablan más que mil palabras. Es un viaje que debemos hacer, pero me duele pensar en el día en que ya no esté aquí.

A veces, en la quietud de la tarde, siento que el tiempo se detiene. El viejo, que me ha aceptado y adoptado en estos últimos años, se sienta en su silla, y en sus ojos veo la bruma de recuerdos lejanos.

Me duele pensar en el día en que su voz se apague, cuando las historias que tanto amo escuchar queden atrapadas en el silencio.

A quienes aún tienen a sus propios viejos, les ruego que los cuiden y se nutran de su sabiduría. La vida es corta y está llena de arrepentimientos, y cada momento compartido es un regalo que no volverá. Me aferro a la fragilidad de estos instantes, sabiendo que la despedida se acerca.