En mi pueblo, allá lejos y hace tiempo, había algo que me tenía más asustado que gordo en silla de plástico. Y es que, desde mi ventana, cada noche, veía a Don Paco Alonso salir de su casa a escondidas en la noche. ¡Casi, casi como un ladrón! Y yo, con mis diez años y mi imaginación desbordante, estaba convencido de que Don Alonso era el lobizón. ¡El mismísimo lobizón de los cuentos de mis abuelos!
Cada noche, cuando la luna estaba a pleno, lo veía deslizarse como una sombra y dirigirse hacia el lado de la laguna, donde las calles no tenían ni una triste luz que ilumine el camino. ¡Solamente estaba la luz en la esquina de la última calle, que parpadeaba como si quisiera rendirse del miedo! Yo me escondía detrás de la cortina, temblando más que gelatina, y me preguntaba si aquella figura que cruzaba la oscuridad realmente estaba transformándose en un lobizón.
-¡Ay, la mierrrrrrda! -me decía yo solito en la cama-. ¡Qué va a ser de mí si el lobizón viene a por mí!
A veces, incluso me tapaba con las sábanas hasta la cabeza, como si eso fuera a protegerme de un lobizón. Y ahí estaba yo, esperando que el monstruo no llegara a mi ventana, mientras mi perrito, el Rulo, dormía tan tranquilo que hasta parecía que no se enteraba de los peligros de la noche.
Pasaron los años, y un día, cuando ya tenía como quince años y había dejado de creer en fantasmas y lobizones, decidí investigar qué hacía realmente Don Pacoo en esas noches de oscuridad. ¡Ya no podía ser que el lobizón estuviera escondido en mi pueblo! Así que un viernes de noche, sin que nadie me viera, me fui tras los pasos del nombrado.
Y qué creen, ¡resulta que no era un lobizón ni nada por el estilo! Don Alonso simplemente se iba detrás de un terreno baldío, donde la esposa de don José que siempre andaba trabajando, lo estaba esperando con más ansias que un niño esperando a Papá Noel. ¡Sí, la señora tenía sus propias aventuras nocturnas, y Don Paco era el galán de la noche!
Yo, que me había imaginado monstruos y criaturas nocturnas, descubrí que la realidad era más escandalosa que cualquier cuento de terror. ¡Don Paco no se transformaba en lobizón! Solo iba a ver a la doñita, y claro, esos encuentros eran tan emocionantes que hasta me dieron ganas de ponerle nombre a esa noche de "aventuras y pasiones". Y allí estaba yo, mirando desde un arbusto, sin querer ver más de lo necesario, mientras Don Alonso y su amante se enredaban en sus propios cuentos.
Así que ya ven, el lobizón era solamente un cuento para los más pequeños, y Don Alonso, el pobre hombre, solo estaba enredado en un romance que ni en las novelas más escandalosas podría imaginarse. Y yo, con mis quince años, aprendí que a veces la realidad es más divertida (y un poco más vergonzosa) que los cuentos de miedo que nos asustan en la niñez.