Esta mañana, al despertar, me deleité con el canto de los zorzales, jilgueros, cardenales y calandrias que llenaron el aire con su música. Era un concierto natural, un regalo de la vida que me envolvió en una paz indescriptible mientras me preparaba para venir a trabajar. Cada trino resonaba con la frescura del nuevo día, evocando la belleza de la libertad.
Sin embargo, entre esos ecos de alegría, un canto en particular, el de un cardenal, me hizo detenerme. Provenía desde la jaula ubicada en la casa de un vecino que, sin saberlo, me recordaba el triste eco de la cautividad. La melodía que debería ser un símbolo de libertad se convertía en un lamento silencioso.
El contraste me causó un profundo penar. Mientras los pájaros silvestres danzaban en los árboles, un cardenal estaba atrapado tras los barrotes. Me asaltó la pregunta: ¿puede haber belleza en el canto de uno que no es libre?
Quizás, un día, se comprenda que el canto de un cardenal es más que una simple melodía: es un símbolo de vida y libertad que debe resonar en el vasto cielo, no encerrado en una jaula.
...la vida es un regalo, deberíamos aprender a disfrutarla en todo su esplendor.