jueves, 13 de noviembre de 2025

Cruel paradoja...

 

A los 51 años, uno cree que el tiempo ya ha enseñado casi todo: a reconocer lo que suma, a dejar ir lo que resta, a distinguir entre lo que se desea y lo que duele. Con los años se aprende a leer silencios, a notar grietas, a entender cuándo algo empieza a pesar más de lo que aporta. Y aun así, por más experiencia que se crea tener, hay momentos en que la vida vuelve a desarmarlo a uno por dentro, recordándole que la vulnerabilidad nunca se pierde del todo.

Hay decisiones que se toman no por valentía, sino por agotamiento del alma. Porque uno siente, en lo profundo, que seguir avanzando de cierta manera se convierte en una forma silenciosa de lastimarse. Y aunque estas decisiones llegan como un acto necesario, no dejan de abrir heridas que uno preferiría no tener que mirar de cerca.

En medio de ese proceso, cuando todo se remueve por dentro (los recuerdos, los intentos, las expectativas que nunca cuajaron) aparece una verdad que duele más que cualquier discusión o despedida. Una verdad tan humana, tan contradictoria, que uno casi se avergüenza de admitirla.

Descubrí que, por más consciente que fuera del daño recibido, por más razones que me llevaran a protegerme, algo en mí seguía buscando refugio en el mismo lugar que me había herido. Como si el cuerpo, la memoria, la costumbre afectiva, insistieran en aferrarse a lo que una vez significó seguridad, aunque ya no lo fuera.

Y entonces, con una mezcla de lucidez y fragilidad, llegué a esta extraña conclusión que me atraviesa:

Qué cruel paradoja: necesitar como alivio el abrazo, de quien fue la causa de mi herida...

Una contradicción tan profunda que solo el corazón entiende, aunque la razón intente explicarla. Una de esas verdades que solo se descubren cuando la vida te obliga a mirarte de frente, sin escapatorias, sin pretextos, sin la protección de las certezas que creías tener.

Una paradoja humana, comprensible, y aun así pesada. Un recordatorio de que crecer también implica permitir que el corazón alcance, poco a poco, la misma claridad que ya alcanzó la mente...