Hay días en los que me siento como un eco distante, repitiendo palabras que ya nadie escucha. O, peor aún, como si estuviera escribiendo cartas a un universo vacío, que ya no sabe cómo recibirlas. No quiero sonar pesimista, ni mucho menos, pero la realidad es la que es. Y la verdad, aunque intento darle vuelta, me golpea de frente cada vez que me siento frente a esta pantalla: las palabras se van evaporando, como si nunca hubieran existido. No es que haya dejado de escribir, no. Lo hago todos los días. Pero últimamente, no encuentro la misma fuerza ni el mismo calor en ello.
Tal vez estoy perdiendo la batalla. La guerra, en realidad. Esta guerra silenciosa contra el audiovisual, contra el bullicio constante de las imágenes en movimiento que hoy parecen tener más peso que cualquier cosa escrita. Hace años que todo eso de "un blog es tu plataforma", "escribe para conectarte con tu audiencia", "si no estás en las redes sociales no existes" ya se fue a la basura. En mi caso, la realidad es que no sé si valga la pena seguir aquí, frente a la pantalla, perdiendo mi tiempo. Lo siento, lo siento, pero esta es la realidad que he abrazado últimamente.
Y luego están los que, en realidad, no leen. Me refiero a los que ni siquiera saben que tengo un blog o simplemente no saben cómo llegar hasta aquí. Sí, claro, en algún rincón olvidado de internet, un par de ustedes, los menos, aún me leen. Y a ustedes, bueno, a ustedes quiero agradecerles. Porque aún tengo la esperanza de que algunos, pocos, se queden. Pero lo cierto es que la mayoría prefiere el formato fácil. El formato rápido. El que se consume en segundos, como un trago de agua fresca en pleno verano. Un reel. Un TikTok. Un video corto. Ya ni siquiera necesitan pensar, solo ver. Y las palabras, esas largas secuencias que en algún momento tuvieron tanto valor, parecen haberse desvanecido como ceniza al viento.
¿Y saben qué? Ya no me apetece pelear. Ya no quiero estar corriendo detrás de algo que no puedo alcanzar, como un perro tras una pelota que siempre se escapa. Prefiero rendirme. O tal vez no rendirme, pero sí darme cuenta de que este camino está llegando a su fin, de alguna forma. Quizás es sólo una fase, quizás estoy siendo melodramático, pero cuando todo lo que ves son números en descenso, es difícil ignorarlo.
Por si acaso, algunos de ustedes –los que realmente han estado aquí, los que leen y que a veces me escriben –se están preguntando si voy a seguir escribiendo. La respuesta es sí, supongo. Pero tal vez ya no con la misma pasión. O tal vez con una pasión diferente. Ya no lo sé. Lo que sí sé es que tengo dos libros listos. Sí, ya están. Esos que siempre mencioné y que, por razones económicas, no verán la luz de una editorial tradicional, ni tendrán las copias que pensé en algún momento distribuir como si fueran a salvar el mundo. Pero están ahí. A veces siento que son sólo una sombra de lo que pude haber hecho, y otras veces siento que no tiene sentido seguir luchando por algo tan pequeño. Pero en fin…si alguien de ustedes está interesado en leerlos, en verdad, no quiero que se queden con las ganas. Si quieren, pueden pedírmelo por correo, a ese mail que aparece en la portada del blog. ¿Por qué no? Tal vez ahí haya algo que aún pueda resonar.
Aunque, ¿quién soy yo para decirles lo que deben hacer, ¿verdad? Tampoco quiero imponer nada, ni ser ese tipo de escritor pesado. Pero lo menciono por si acaso. Si están aquí, si siguen leyendo, si algo de lo que he escrito alguna vez les tocó… bueno, sólo me gustaría que al menos el trabajo no se quede en el olvido total.
Y me quedo aquí, con una mezcla rara de nostalgia y esperanza, mientras el ruido de las redes sociales me opaca un poco más cada día. No sé cuánto tiempo más seguiré escribiendo. O tal vez sí lo sé, pero no quiero decirlo en voz alta, no sea que se vuelva realidad.
¿Será que el fin de la lectura llegó de verdad?