Aceptar al otro con sus limitaciones, sus temores, su desorden, sus debilidades y su mundo único es, tal vez, la puerta de entrada a una paz interior profunda y a la verdadera armonía en nuestras relaciones. Vivimos inmersos en un sinfín de expectativas sociales, culturales y personales que nos empujan a querer modelar al prójimo según nuestra visión de lo que debería ser. Sin embargo, al hacerlo, no solo empobrecemos la relación, sino que nos alejamos del genuino vínculo y la conexión que, por naturaleza, nos une.