El sol se deslizaba suavemente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados, naranjas y rosados que se reflejaban en las altas cumbres de las montañas. Era una tarde de aquellas, cuando el otoño comienza a hacerse presente con su suave brisa y sus días frescos pero agradables. Para mí, ya rozando los cincuenta años, era el escenario perfecto para unas vacaciones junto a dos de las personas más importantes en mi vida: mi pareja y mi primo-hermano.