El sol se deslizaba suavemente por el horizonte, tiñendo el cielo de tonos dorados, naranjas y rosados que se reflejaban en las altas cumbres de las montañas. Era una tarde de aquellas, cuando el otoño comienza a hacerse presente con su suave brisa y sus días frescos pero agradables. Para mí, ya rozando los cincuenta años, era el escenario perfecto para unas vacaciones junto a dos de las personas más importantes en mi vida: mi pareja y mi primo-hermano.
Decidimos escapar de la rutina y del bullicio de la ciudad para refugiarnos en un pequeño pueblo de las sierras de Córdoba. La cabaña donde nos hospedamos era el hogar de Doña Irma, una septuagenaria con una energía envidiable y una sonrisa eternamente jovial. A pesar de su edad, parece desafiar al tiempo con su vitalidad y su amor por la vida.
Desde el primer día, nos agasajó con exquisitas comidas caseras, deleitándonos con sabores auténticos de cocina de abuela. Cada plato, cada postre, fue una obra maestra, preparada con esmero y cariño, y servida con una generosidad que desbordaba el corazón. Los tres huéspedes nos sentíamos como en casa, envueltos en el calor del hogar y la hospitalidad de nuestra anfitriona.
Los días transcurrieron lentos y apacibles, con cielos despejados y una temperatura fresca pero agradable. Nos adentramos en senderos de montaña, explorando los rincones más remotos del paisaje serrano y disfrutando del espectáculo de la naturaleza en su transición hacia el otoño. Yo disfrutaba de cada instante, observando y maravillandome con la belleza natural que nos rodeaba. Había algo mágico en compartir aquellos días con ellos, como si el tiempo se dilatara y cada momento se volviera eterno.
Una tarde, mientras descansábamos junto a un arroyo cristalino, me detuve de repente y contemplé el paisaje con una mezcla de nostalgia y gratitud. Me giré hacia ellos, y me sentí una de las personas más felices por tenerlos en mi vida.
Esa misma noche, ya en la comodidad de donde nos hospedábamos, nuestro refugio temporal, con la voz ligeramente emocionada, les dije:
"Estoy tan agradecido de tenerlos en mi vida. Estas vacaciones están siendo un regalo para el alma, un recordatorio de lo importante que es detenerse a apreciar los pequeños momentos de felicidad que compartimos juntos".
Mi pareja me sonrió con ternura y me tomó la mano, mientras mi primo asentía con complicidad.
Así, entre risas, confidencias y miradas cómplices, los tres continuamos disfrutando de nuestras vacaciones en las montañas, saboreando cada instante como si fuera el último, con la certeza de que los recuerdos de aquellos días perdurarían para siempre en nuestros corazones (al menos en el mío… doy por hecho)
Y en ese rincón del mundo, donde los límites entre el tiempo y la eternidad se desdibujaban, tres almas se encontraron en un vínculo que trascendía lo físico, celebrando la inefable belleza de la amistad y el amor genuino, bajo el amparo y la benevolencia de Doña Irma.
Allá encontré un santuario donde mi espíritu halló reposo y renovación...
![]() |
El trío galleta... |
![]() |
Con nuestra bellisima y jovial anfitriona,,, |