Desde que tengo memoria, he estado inmerso en un mundo de creencias religiosas que han moldeado en parte cada faceta de mi vida. Crecí en una familia donde la fe era más que una elección, era una herencia que se transmitía de generación en generación, como un legado sagrado que debía ser aceptado sin cuestionamiento.
Mis mayores, devotos seguidores de esta fe, me enseñaron desde temprana edad los rituales, las oraciones y los principios morales que regían nuestra existencia. Me criaron con la firme convicción de que seguir la religión era el único camino hacia la salvación, una verdad incuestionable que debía abrazar con todo mi ser.
Sin embargo, a medida que fui creciendo, comencé a cuestionar estas enseñanzas que se me habían inculcado. Empecé a dudar de la veracidad de las historias que se contaban, de las reglas estrictas que se imponían y de la supuesta supremacía de una única verdad. Surgieron en mí interrogantes que desafiaban las bases mismas de mi fe y que me llevaron a buscar respuestas más allá de lo que me habían enseñado.
Con el tiempo, me di cuenta de que mi búsqueda espiritual iba más allá de las fronteras impuestas por mi crianza religiosa. Sentía la necesidad de explorar diferentes caminos, de abrir mi mente a nuevas perspectivas y de encontrar mi propio sentido de trascendencia, uno que resonara con mi ser más íntimo.
Romper con las creencias arraigadas de mi familia no ha sido fácil. Ha implicado enfrentarme a la desaprobación, al juicio y a la incomodidad de aquellos que me rodean. Pero al mismo tiempo, ha sido liberador. Me ha permitido descubrir una libertad interior que nunca antes había experimentado, una sensación de autenticidad que me impulsa a seguir mi propio camino, incluso si eso significa alejarme de lo que una vez consideré sagrado.
Aunque aún no tengo todas las respuestas, sigo adelante con la certeza de que mi viaje espiritual es único y personal. No sé si lo que estoy haciendo puede considerarse "filosofar", pero sé que es una búsqueda sincera de la verdad, una búsqueda que me lleva a cuestionar, explorar y, finalmente, a encontrar mi propia conexión con lo divino, más allá de las limitaciones impuestas por las creencias de mi familia.
A medida que continuaba mi viaje (allá en mis épocas adolescente), mi viaje de autodescubrimiento, me encontré confrontando no solo las creencias de mi familia (fundamentalmente los de una abuela ortodoxa), sino también las expectativas que habían sido depositadas en mí desde mi más tierna infancia. Había sido criado para seguir un camino predeterminado, para adherirme a un conjunto de normas y valores que, aunque bienintencionados, limitaban mi capacidad de explorar y entender el mundo que me rodeaba.
Esta confrontación interna me sumió en un estado de conflicto emocional y espiritual. Por un lado, sentía el peso abrumador del deber y la lealtad hacia mi familia y su legado religioso. Por otro lado, experimentaba una profunda necesidad de libertad y autenticidad, de encontrar mi propia voz y forjar mi propio destino.
En medio de este torbellino de emociones, me di cuenta de que romper con las creencias de mi familia no significaba renunciar a mi herencia o despreciar el legado de aquellos que vinieron antes que yo. Más bien, era un acto de afirmación de mi propia identidad, un paso valiente hacia la independencia y la autonomía espiritual.
Al liberarme de las cadenas del dogma y la conformidad, descubrí un vasto universo de posibilidades frente a mí. Me sumergí en la exploración de diversas tradiciones espirituales, filosofías y prácticas contemplativas, buscando en cada una de ellas fragmentos de verdad que resonaran con mi ser más profundo.
En este proceso de búsqueda y descubrimiento, encontré consuelo en la idea de que la espiritualidad es inherentemente personal y subjetiva. No hay un camino único hacia la verdad, sino múltiples senderos que se entrelazan y se entrecruzan en un intrincado tapiz de experiencias humanas.
A medida que continuo mi viaje, me aferró a la certeza de que la verdadera espiritualidad reside en la apertura del corazón, en la búsqueda constante de la sabiduría y en el amor incondicional hacia uno mismo y hacia los demás. Y aunque el camino pueda ser difícil y lleno de desafíos, estoy decidido a seguir adelante con coraje y determinación, confiando en que cada paso que doy me acerca un poco más a la plenitud y la realización espiritual que anhelo.
Es mas bien un: HAZ EL BIEN... sin mirar a quien...