viernes, 19 de abril de 2024

La Higuera de Santa Rosa.

 

En las fértiles tierras de este lugar del litoral argentino, perdido entre la inmensidad de la naturaleza, emerge el encantador pueblo de Santa Rosa de Calchines. Fundado en los albores del siglo XVII, en los tiempos tumultuosos de la colonización española, este remanso de paz ha sido testigo silencioso del devenir de la historia y las tradiciones ancestrales que lo han moldeado a lo largo de los siglos.

Con el transcurrir del tiempo, el pueblo se convirtió en un refugio para quienes buscaban resguardo y un hogar donde construir sus sueños. Entre las sombras de los árboles centenarios y el rumor de las aguas cristalinas del río, la vida cotidiana fluía con la calma de los tiempos antiguos, impregnando el aire con la esencia misma de la tranquilidad.

En medio de este escenario idílico, la historia de Francisco y Sandra se erige como un monumento a la pasión y la tragedia. Francisco, el joven peón de la Estancia San Martín, era un alma libre que encontraba su mayor alegría entre los surcos de la tierra y el canto de los pájaros. Su destreza con el cuchillo tallando la madera era tan solo un reflejo de la profundidad de su espíritu creativo y su amor por la vida.

Por otro lado, Sandra, la hija de la cocinera, irradiaba una belleza serena que rivalizaba con la misma naturaleza que la rodeaba. Su corazón latía al unísono con el ritmo de la tierra, y su alma estaba imbuida de una bondad que iluminaba incluso los rincones más oscuros de la estancia.

Sin embargo, en medio de su amorío clandestino, se alzaba la sombra amenazadora de Don Rodrigo, el señor de la estancia, cuyo dominio sobre la tierra y sus habitantes era absoluto. Celoso y resentido, veía con desdén la relación entre los jóvenes, interpretándola como un desafío a su autoridad y un insulto a su orgullo, al saberse menospreciado en numerosas ocasiones por la joven dama, lo cual no hacía más que avivar su descontento.

La noticia del embarazo de aquella mujer amada, había llenado de alegría el corazón de Francisco, quien trabajaba con esmero en la creación de un juguete de madera para su futuro hijo. Con cada tallado, imaginaba los momentos que compartiría con su pequeño, llenos de risas y juegos en los campos de la estancia.

Pero... su destino se selló con la llegada de dos sicarios enviados por Don Rodrigo, cuyas manos manchadas de sangre lo arrebataron de este mundo mientras su sueño inconcluso yacía bajo la sombra protectora de un antiguo lapacho. La tragedia se abatió sobre aquella estancia, dejando tras de sí un rastro de dolor y desolación que perduraría por generaciones.

La noticia de la desaparición de este, devastó a Sandra, quien se aferró a la esperanza de que regresara algún día para conocer a su hijo y redimir su ausencia. Abrumada por el dolor y la confusión, se aferró firmemente a la creencia de que la había abandonado. La cruel mentira tejida por otros la convenció de que él se había unido a una tropa que pasaba y se había marchado, dejándola sola en su desolación. 

A pesar de todo el amor profeso y comprobado, la persuasión de la falsedad ofrecida por los demás se apoderó de ella, envolviéndola en un halo de desesperanza y dejándola perdida en el laberinto de la decepción. Pero el tiempo pasaba sin noticias de Francisco, y la sombra de la incertidumbre se cernía sobre aquel lugar. 

A medida que los días se deslizaban uno tras otro, el dolor y la desesperación fueron erosionando el espíritu de Sandra, sumiéndola en una oscuridad cada vez más profunda. 

Sin embargo, la verdad, como una luz fugaz en la oscuridad, finalmente encontró su camino hacia los oídos de esta. Fue un anciano del pueblo, quien había sido testigo involuntario de los eventos trágicos que marcaron la historia de la estancia, el encargado de revelar la verdad oculta durante ese tiempo. Con una voz cargada de pesar y compasión, le contó a Sandra cómo la malicia de Don Rodrigo había truncado cruelmente su felicidad.

Las lágrimas brotaron de los ojos de aquella, al comprender la verdad que durante algún tiempo estuvo velada, llenando su corazón de un dolor renovado pero también de una liberación que solo la verdad puede traer.

La sombra de la pérdida de Francisco se cernía sobre ella como un manto pesado, envolviéndola en un torbellino de tristeza y desesperanza. Incapaz de soportar la carga de su sufrimiento, se vio consumida por una profunda depresión que la llevó a perder la razón. En un acto de desesperación final, se arrojó a las aguas tumultuosas del río San Javier, buscando así poner fin a su dolor y poder reunirse con su amado y su no nacido hijo, en la eternidad.

El amor de Francisco y Sandra se convirtió así, en una leyenda susurrada al caer la noche, un tributo eterno a la fuerza del corazón humano y la fragilidad de la existencia. A pesar del paso implacable del tiempo, su historia continúa resonando en los recovecos del pueblo, recordándonos que, incluso en la oscuridad más profunda, el amor siempre encuentra la luz.

A medida que el tiempo avanzaba, todos los protagonistas fueron muriendo, o solo desapareciendo en la historia e imagen colectiva.  La estancia San Martín perdió su esplendor y grandeza, sumida en las sombras del pasado y el peso de la tragedia. 

En la actualidad, la Estancia San Martín yace en ruinas, testigo silente del paso del tiempo y las vicisitudes de la historia.

En el lugar mismo donde yacía el finado Francisco creció una frondosa higuera, cargada de los más dulces higos que la región había conocido. Durante todo el mes de febrero, la higuera regala sus frutos a todos los niños que se acercan, como un tributo a la inocencia y la esperanza que Francisco había dejado atrás.

En medio de la decadencia y el olvido, la higuera que brotó en el lugar donde Francisco encontró su último reposo sigue floreciendo año tras año, como un símbolo de la vida que perdura incluso en los lugares más inhóspitos.

Así, en el corazón del pueblo de Santa Rosa de Calchines, la memoria de Francisco y Sandra sigue viva, tejida en los hilos del tiempo y transmitida de generación en generación como un legado de amor y esperanza en medio de la oscuridad.