domingo, 7 de abril de 2024

La Paraisada...

 

El sol se filtraba entre las ramas del antiguo monte que llamábamos "Paraisada". Era un lugar mágico, donde cada árbol y cada arbusto parecían tener una historia que contar. En aquel pequeño pueblo llamado Constituyentes, el campo era nuestro vasto patio de juegos, y aquella paraisada era su extensión más aventurera.

Recuerdo cómo, sin temor al peligro que pudiera acechar entre aquellos árboles y matorrales, explorábamos cada rincón de aquel bosque ENORME EN ESE TIEMPO, para nuestros diminutos cuerpos. Éramos intrépidos, con la inocencia de la infancia que nos impulsaba a descubrir nuevos mundos sin miedo alguno.

Los días pasaban entre risas y aventuras, entre juegos de escondite y construcción de cabañas improvisadas entre los árboles. La paraisada era nuestro refugio secreto, donde podíamos ser nosotros mismos sin restricciones ni preocupaciones del mundo exterior.

Los aromas del campo impregnaban el aire, mezclándose con el olor fresco de la tierra húmeda y el verde intenso de la vegetación. Cada visita a aquel lugar, era una nueva oportunidad para vivir emocionantes experiencias, para conectar con la naturaleza y con nosotros mismos.

Aunque los años han pasado y la vida nos ha llevado por distintos caminos, aquellos recuerdos de la infancia perduran en mi mente como un tesoro preciado. Aquel campo de Constituyentes, con su monte misterioso, sigue siendo el escenario de las aventuras más memorables de mi juventud, un lugar donde la imaginación no tenía límites y la amistad era el mayor tesoro que podíamos encontrar.

Hoy día, cada vez que paso por la ruta y veo el desmonte progresivo que están llevando a cabo, un sentimiento de nostalgia y tristeza se apodera de mí. Aquellos árboles que una vez fueron testigos de nuestras aventuras infantiles están desapareciendo, dando paso a la expansión humana y al avance del progreso.

Es difícil no sentirse entristecido al presenciar cómo se destruye un pedazo de la naturaleza que tanto significó para mí en mi infancia. Aquel monte que una vez fue nuestro refugio secreto, donde encontrábamos paz y aventura, ahora está siendo arrasado por mata monte, maquinaria pesada y la mano del hombre.

El paisaje cambia irreversiblemente, y con él se desvanece una parte de mi pasado y de mis recuerdos más preciados. Me duele ver cómo se pierde la biodiversidad, cómo se altera el equilibrio natural del ecosistema, todo en aras del desarrollo económico.

Aunque entiendo la necesidad de progreso y desarrollo, no puedo evitar sentir un profundo pesar por la pérdida de aquellos lugares que formaron parte de mi historia personal. Quizás sea inevitable el cambio, pero no puedo evitar anhelar los días en que la Paraisada permanecía intacta, como un tesoro escondido en medio del campo.

Así que cada vez que paso por la ruta y veo el desmonte, me detengo un instante a recordar esos días de inocencia y libertad, y a lamentar la pérdida de un pedacito de mi infancia que se desvanece con cada árbol derribado.

-31.364412158234718, -60.66427476493235