domingo, 25 de mayo de 2025

La vida está hecha de encuentros...

 

...de momentos que se dan porque simplemente tenían que suceder.

A veces, me sorprendo pensando en lo que realmente significa conocer a alguien. No es solo un cruce de caminos aleatorio, no es casualidad. Es más bien una coincidencia que parece estar escrita en algún lugar invisible. Es como si todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos sido hasta ese punto, nos hubiese preparado para estar en el lugar correcto, en el momento correcto, para encontrarnos con esa persona.

En muchas ocasiones me he preguntado, ¿y si nos hubiéramos encontrado antes? Quizá no habría sido lo mismo. Tal vez ni siquiera habríamos reconocido la importancia del otro. Pero, ¿sería entonces tan valioso el encuentro? Lo cierto es que cada persona llega a nuestra vida cuando más lo necesitamos, aunque no siempre lo entendamos en el momento.

Las conexiones, los vínculos que formamos, no son al azar. Hay algo que nos une, algo invisible, algo más grande que el tiempo y el espacio, algo que nos atrapa en el instante exacto en que dos caminos se cruzan. La leyenda del hilo rojo que une a las personas no es solo una historia de amor. Es también la historia de las personas que llegan para enseñarnos, para darnos algo que solo ellos pueden darnos, aunque el tiempo de su presencia sea breve.

Quizás me hubiera gustado que esa persona hubiera estado en mi vida mucho antes, para disfrutar más de su compañía, para aprender más de ella, para compartir más momentos. Pero, al final, me doy cuenta de que, si hubiese sido diferente, si hubiésemos coincidido en otro momento, las cosas no habrían sido las mismas. Y eso, aunque duela, es parte de la magia de la vida: los encuentros siempre son perfectos tal como son.

La partida de un ser querido, en cambio, nos deja un vacío que no sabemos cómo llenar. Me ha costado entender que no es un abandono. Tal vez al principio se siente así, una sensación de perder algo que era parte de ti, algo que ya no estará. Pero con el tiempo me he dado cuenta de que no se trata de abandono. Es una etapa más del ciclo natural de la vida. Un ciclo que, a pesar de ser doloroso, también es liberador en su propia manera. Porque esas personas que se van, no lo hacen en silencio. Dejan huellas, enseñanzas, momentos que se quedan con nosotros, a veces mucho más que los propios recuerdos.

Y aunque haya momentos de culpa, de pensar que no disfrutamos lo suficiente, que no aprovechamos al máximo el tiempo que tuvimos, hay algo que me ayuda a calmar esa tormenta interna: la certeza de que todo lo vivido fue tal y como debía ser. Que la conexión, aunque breve, fue única. Que los momentos compartidos no son medibles por cantidad, sino por la intensidad con la que tocamos las vidas de los demás.

Hoy, me doy cuenta de que todo tiene su momento. Y el momento de cada encuentro, el momento de cada despedida, está marcado por una razón. Puede que no siempre la entendamos, pero tal vez no estamos destinados a entender todo. Quizá solo nos toca vivirlo, sentirlo, y, cuando llegue el momento, seguir adelante con lo que nos dejaron.