sábado, 31 de mayo de 2025

Hasta luego ...

  

Hay pérdidas que no se gritan, se sienten en silencio.
Cuando alguien querido se va, algo se corre adentro, como si el alma perdiera el equilibrio por un segundo y no supiera bien cómo volver a pararse.

No importa cuántas veces hayamos compartido una mesa, una charla, una risa o un silencio. Siempre queda la sensación de que faltó una más. Una más para decirle lo que nunca dijimos, o para repetir lo que tantas veces dijimos pero ahora suena distinto: te quiero, te agradezco, estoy acá.

Y entonces, el vacío no es solo físico. Está en los rincones donde solía estar su presencia. En la taza que no se usa más. En el lugar de la mesa que ahora tiene otro peso. En las cosas que queremos contarle, pero ya no hay a quién.
La vida sigue, dicen. Y es cierto. Pero sigue con una mueca distinta. Con un hilo de nostalgia que se cuela en los días sin pedir permiso.

Porque cuando alguien se va, no se va del todo.
Queda en nosotros. En la manera de cortar el pan, en una frase suya que ahora repetimos sin darnos cuenta, en el gesto que heredamos sin querer.
Queda en la memoria, sí, pero también en el cuerpo. En la forma en que miramos el mundo desde que ya no está.
Y ahí, en ese dolor que a veces aprieta el pecho de repente, entendemos cuánto lo queríamos. Cuánto lo necesitábamos. Cuánto nos marcó.

Perder a alguien no es solo despedirse.
Es aprender a vivir con su ausencia.
Es recordar sin romperse, aunque a veces uno no pueda evitar quebrarse igual.
Es amar, incluso después.

Hoy perdí a mi suegro... 

 
Pero más que eso, perdí a un hombre que me supo adoptar sin condiciones, con esa generosidad serena que no necesita gestos grandilocuentes para hacerse sentir. Me abrió la puerta de su familia y, sin demasiadas vueltas, me hizo lugar. Me trató como a un hijo.

En su forma de estar, de acompañar sin invadir, me enseñó cosas que uno aprende más por el ejemplo que por las palabras.

Hoy me duele su ausencia. Y ese dolor no se mide con palabras ni con el tiempo: se siente en el pecho, en los recuerdos que aparecen de golpe, en la certeza de que ya no va a estar para una charla más, un consejo, o ese silencio cómodo que sólo se logra con quienes nos quieren de verdad.

Gracias por todo lo que me diste, viejo. Me quedo con tu risa, tus historias, y el modo en que supiste hacerme sentir parte.

Hasta siempre Elvio....