No termino de entender a esas damas que, apenas se ponen de novias o en pareja, desaparecen del mapa y dejan de hablarte.
¡Paraaaa, amiga! Ni que fuese tu ex...
No termino de entender a esas damas que, apenas se ponen de novias o en pareja, desaparecen del mapa y dejan de hablarte.
¡Paraaaa, amiga! Ni que fuese tu ex...
Malditos, mil veces malditos,
aquellos que sabemos, en los gestos, lo que las palabras callan.
Los que sentimos, sin necesidad de bandera a cuadros, que la carrera ya
terminó.
Malditos, mil veces malditos… cuando, con una mirada, entendemos que nos
dejaron atrás, porque no hace falta nada más.
Los que no necesitamos palabras para saber que el espacio ya no es el mismo,
aunque los metros no cambien.
Estoy inmerso en un rubro que podría describir como "jodidamente egoísta", si me permiten la expresión.
Ramón Jiménez (El Moncho, o simplemente el CAMBÁ) siempre había sido un hombre que vivía en sintonía con el viento, con el ciclo del sol y de las estaciones. Nació y creció en la vasta soledad de las tierras correntinas, entre los campos verdes que rodeaban Colonia Carlos Pellegrini y la Estancia San Solano, justo al borde del Parque Nacional Iberá, donde los ríos se retorcían como serpientes bajo el cielo azul y las aves cantaban a la hora del alba. A pesar de la dureza del trabajo en el campo, Ramón había aprendido a amar la tierra con una devoción que pocos podrían entender. Sus manos, callosas y curtidas por los años, habían sembrado, cosechado y cuidado ese pedazo de tierra que le daba sustento y le ofrecía el consuelo de una vida tranquila.
Es curioso cómo las palabras de los demás pueden hacer que uno se detenga a reflexionar. Esta amiga de la infancia, que con la naturalidad de siempre me suelta que aún soy como un niño, no hace más que abrir una puerta en mi mente que pensaba ya cerrada. ¿Soy realmente como un niño? A veces la vida me ha dado golpes duros, esos que supuestamente deberían endurecerme. La gente te dice que la edad te tiene que hacer más serio, más responsable, y te inculcan que de alguna manera debes "madurar". Pero, ¿y si esa "madurez" es solo una capa que se pone sobre lo que en realidad somos, una coraza que nos protege, pero que al mismo tiempo nos limita?