domingo, 28 de enero de 2024

Bajo un cielo estrellado....

 

Mientras me siento en el patio de esta casa de pueblo, observo el cielo nocturno sobre mi, con una mezcla de asombro y satisfacción. La oscuridad circundante permite que las estrellas destaquen de una manera que raramente se experimenta en entornos urbanos. La ausencia de luces artificiales resalta la belleza natural del firmamento.

Ante mis ojos se despliegan constelaciones familiares y otras menos conocidas (al menos no por mi), cada una contando historias ancestrales y conectándome con las culturas que las imaginaron. Allí está Orión, el Cazador, con sus tres estrellas en línea que forman el famoso "cinturón". Más allá, puedo distinguir la Cruz del Sur, una guía confiable en estas latitudes sureñas.

La Vía Láctea puedo apreciarla mas entrada la madrugada y se despliega majestuosamente a través del cielo, como un río de estrellas que fluye de un horizonte al otro. Cada una de ellas brillando con su propia intensidad, cada una contando su propia historia en el vasto lienzo del universo. La escena evoca un sentido de maravilla y humildad, recordándome lo pequeño que soy en comparación con la inmensidad del universo.

Mientras observo las estrellas en su danza silente sobre mí, me encuentro reflexionando sobre la naturaleza de la existencia humana en este vasto cosmos. Las constelaciones que adornan el cielo han sido observadas por generaciones antes que yo, y serán testigos de generaciones por venir. En esta contemplación, surge la pregunta eterna sobre nuestro lugar en el universo y la brevedad de nuestra propia existencia.

La inmensidad del cielo revela la fugacidad de nuestra presencia en esta pequeña esfera terrestre. Sin embargo, en este instante, experimento una conexión profunda con las estrellas, como si nuestras historias estuvieran entrelazadas en un tejido cósmico. ¿Somos acaso solo observadores efímeros de un universo eterno, o hay una simbiosis más profunda entre nuestras vidas y las luces distantes que adornan la noche?

La filosofía se entrelaza con la observación del cielo estrellado, llevándome a reflexionar sobre el propósito, la trascendencia y la relación entre lo finito e infinito. ¿Somos solo polvo de estrellas, como sugiere la famosa expresión, o hay un propósito más profundo que aún estamos por descubrir? En este rincón silencioso de la tierra, la inmensidad del cosmos invita a la reflexión filosófica, recordándome que nuestras vidas individuales son efímeras, pero nuestras preguntas y búsquedas trascienden (o al menos deberían) el tiempo y el espacio.
 

La Cruz del Sur, se erige como un faro celestial, guiándome a través de la noche. Puedo percibir la serenidad del momento, lejos del bullicio de la vida cotidiana y citadina, sumido en la contemplación de la inmensidad del espacio y el tiempo.

El aire fresco y el rocío de la noche acarician mi piel mientras me deleito con la tranquilidad de este rincón rural. Las luces distantes de la ciudad no logran opacar la magnificencia de la gran bóveda azul que es el firmamento. En este instante, me siento conectado con la historia ancestral, admirando las mismas constelaciones que cautivaron a generaciones pasadas.

Quizás, en medio de esta quietud, encuentre un atisbo de comprensión sobre mi propio lugar en el universo. Y mientras continúo hablando de estrellas y constelaciones, mi corazón se llena de gratitud por la oportunidad de experimentar la pureza y la maravilla de una noche estrellada desde este rincón de Argentina...

 

Ergo Kadar



(grax Sebas por la imagen)