Días pasados, y por mera gracia, le decía a un par de personas que la imagen creada por mi cabeza es mucho mejor que cualquier serie de Netflix, en cuanto a historias leídas o por crear se trate.
Y es que cuando me sumerjo en la creación de un escrito, experimento la
maravilla de dar vida a mundos enteros con solo las palabras que fluyen de mi
mente. Es un proceso en el que mi imaginación actúa como el director de una
película, pero con la capacidad de pintar escenarios y personajes mucho más
ricos y detallados que cualquier serie de televisión o película conocida (al menos para mi).
La magia de la escritura radica en la libertad ilimitada que tengo para moldear cada aspecto de la historia. Cada palabra, cada descripción, y cada diálogo son como pinceles que esculpen un lienzo único. Las imágenes que se forman en mi mente son vívidas, con detalles que van más allá de lo que las cámaras pueden capturar. Puedo explorar los rincones más profundos de la psique de mis personajes, revelando capas de complejidad que serían difíciles de expresar completamente en una pantalla.
Además, la conexión emocional que puedo forjar entre los lectores y mis personajes es incomparable. La empatía que surge al leer las palabras permite que la audiencia se sumerja de una manera más profunda y personal en la historia. Las experiencias sensoriales que puedo evocar con mis descripciones permiten que los lectores sientan, y quizá hasta huelan y vean el mundo que he creado de una manera única.
Aunque las series y películas pueden ofrecer una experiencia visual impresionante, mi mente es el lienzo en blanco que tiene el potencial de superar cualquier límite tecnológico. La narrativa escrita desencadena la imaginación de una manera que ningún medio visual puede igualar, invitando a los lectores a co-crear la historia junto conmigo. De hecho, lo nombro casi siempre: mis palabras dejan de ser mías, desde el preciso instante en que Ud. (mi anónimo y querido lector) las lee, las entiende y les da su propia interpretación.
En resumen, la riqueza y la profundidad de la imagen que tengo en mi cabeza al leer o al escribir superan con creces las limitaciones impuestas por la pantalla, convirtiendo la experiencia de la lectura en algo verdaderamente incomparable.
¿Ud. que opina?